Organismos civiles advirtieron que el Estado no solo omite proteger, sino que niega la violencia
contra comunidades
CARLOS RUIZ/PORTAVOZ
FOTO: ALEJANDRO LÓPEZ
En Chiapas, defender la vida y el territorio no es una labor, es una sentencia. La muerte del padre
Marcelo Pérez, asesinado tras denunciar la violencia estructural que azota al estado, no fue un
hecho aislado sino un símbolo de la impunidad que se ha normalizado. Su asesinato, ocurrido
semanas después de una marcha pacífica, reflejó cómo la voz crítica se vuelve blanco cuando el
Estado falla en su responsabilidad básica, proteger.
Según el informe del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas (Frayba), entre
2018 y 2023 fueron asesinadas al menos 92 personas defensoras de derechos humanos en
México; Chiapas ocupa el segundo lugar nacional en esta estadística. La violencia no llega sola,
viene respaldada por el silencio oficial, colusión institucional y una estrategia que criminaliza a
quienes se organizan desde abajo.
Los ataques no son fortuitos. Cada agresión, cada desplazamiento forzado y cada ejecución
extrajudicial responde a una lógica de poder. Comunidades indígenas y rurales han documentado
cómo sus denuncias incomodan a cacicazgos locales, autoridades omisas, empresas extractivistas y
grupos del crimen organizado. Defender derechos se ha convertido en un acto de resistencia que
pone en riesgo la vida.
Las cifras de desplazamiento lo confirman. En apenas un año, más de 15 mil personas fueron
obligadas a huir de sus municipios en Chiapas, sobre todo en la Sierra Madre. La violencia no solo
se mide en muertos, también en ausencias, pueblos desiertos, escuelas cerradas, redes
comunitarias rotas. La tierra que se abandona no queda vacía, se privatiza o se militariza.
A pesar del discurso de justicia prometida, la violencia persiste porque los intereses en juego son
demasiado grandes. En Chiapas, ser defensor o defensora no es una elección política, es una
reacción vital ante la injusticia. El problema no es la falta de denuncias, sino la falta de voluntad
para escucharlas. Y cada día que eso no cambie, el riesgo seguirá creciendo.