Señalaron abuso de poder y clima de intimidación por parte del comisariado Armando Vázquez, aseguran que porta armas
CARLOS RUIZ/PORTAVOZ
FOTO: ALEJANDRO LÓPEZ
Una tranca de fierro y un par de candados bastaron para encender el descontento en Las Maravillas. Desde hace más de una semana, los habitantes de este ejido chiapaneco han visto restringido su derecho a transitar por un camino de terracería que ha sido, durante décadas, la única vía de conexión entre comunidades. El bloqueo no fue resultado de una consulta comunitaria ni de una emergencia estatal, sino de una decisión unilateral del comisariado ejidal, Armando Vázquez Coutiño.
El argumento del comisariado apuntó a la inseguridad. Afirmó que el cierre busca proteger a los pobladores de posibles delitos en la zona. Pero los mismos habitantes cuestionan esa lógica. “¿De qué nos sirve estar a salvo si no podemos ir a trabajar, atender una emergencia o movernos en el momento que lo necesitemos?”, reclamó uno de los afectados. La medida, lejos de brindar seguridad, ha sembrado la sensación de encierro forzado.
El problema trasciende la colocación de una tranca, lo que está en juego es la gobernabilidad comunitaria y el uso del poder dentro de los ejidos. La población ha acusado a Vázquez Coutiño de actuar como una autoridad absoluta, sin consultar ni rendir cuentas. En sus palabras, se sienten “secuestrados” por alguien que, además, se jacta de portar armas “para su defensa”. Esto ha elevado el nivel de tensión, al grado de que los pobladores temen que el conflicto escale.
Lejos de tratarse de un simple desacuerdo ejidal, el cierre representa una fractura en el tejido comunitario. Los habitantes han hecho un llamado urgente a Gobierno estatal para restablecer el libre tránsito y prevenir un conflicto mayor. Advirtieron que no están dispuestos a permitir que sus derechos queden a merced de decisiones autoritarias. Han intentado dialogar, sin éxito, y ahora insisten en que la intervención de la Fiscalía y la Secretaría de Seguridad es impostergable.
El camino clausurado no solo une pueblos, también sostiene la vida diaria de decenas de familias que dependen de él para trabajar, estudiar o recibir atención médica. Por eso, más que una disputa por una tranca, lo que se vive en Las Maravillas es una pugna por el derecho básico a moverse, decidir y vivir sin miedo en su propio territorio.