Su hermana compartió que, a pesar de ser asignada a la cocina, a menudo la sacaban a realizar rondines
YUSETT YÁÑEZ/PORTAVOZ
La dolorosa historia de Brenda Lizbeth Toalá Blanco, conocida cariñosamente como “La Negrita”, ha resonado en la comunidad de Frontera Comalapa, Chiapas, tras su trágico asesinato en una emboscada que dejó profundas huellas en su familia y en la sociedad. A sus 32 años, Brenda era madre soltera de tres hijos, un rol que ocupaba con dedicación y amor, especialmente considerando que uno de sus niños vive con discapacidad intelectual. La lucha de Brenda por ofrecerles un futuro mejor se vio abruptamente truncada, dejando a sus hijos en la orfandad y sumidos en el dolor de una pérdida irreparable.
Brenda, quien se desempeñaba como elemento activo de la Policía Estatal, fue la única mujer en la unidad 23057 que fue emboscada y posteriormente incendiada. Originaria de Suchiapa, Chiapas, su vida se centraba en el bienestar de su familia. Era la segunda de cuatro hermanos y, a pesar de las adversidades, había logrado hacerse cargo de sus tres hijos, quienes ahora enfrentan un futuro incierto sin la protección y el amor de su madre.
El día del ataque, Brenda se dirigía a un evento al que había sido convocada. Su hermana, María de Lourdes ToaláBlanco, recuerda con tristeza la última conversación que tuvo con ella una hora antes de la emboscada. La pérdida ha sido devastadora para la familia, que no solo ha tenido que lidiar con el dolor de su muerte, sino también con la lentitud de las autoridades. Según Lourdes, la Fiscalía General del Estado tardó en entregar el cuerpo, lo que aumentó el sufrimiento de la familia. Finalmente, el cuerpo fue entregado en la madrugada del miércoles, un momento que llegó con la falta de apoyo económico por parte de la institución donde trabajaba Brenda.
La indignación de la familia crece al recordar que tuvieron que hacerse cargo de los gastos funerarios sin ningún tipo de ayuda. En un acto de solidaridad, la familia reunió recursos para cubrir los costos de la caja, y la ausencia de una corona de flores enviada por la policía dejó un vacío emocional aún más profundo.
Brenda había dedicado cuatro años de su vida al servicio de la comunidad, un trabajo que asumió con orgullo y compromiso. Sin embargo, su carrera en la policía también la llevó a una de las zonas más peligrosas del estado, donde la violencia es una realidad constante. Su hermana compartióque, a pesar de ser asignada a la cocina, a menudo la sacaban a realizar rondines, lo que aumentaba los riesgos a los que se enfrentaba.
El recuerdo de su última videollamada sigue presente en la mente de Lourdes. Brenda, con su característico y cálido rostro sonriente, se despidió con un mensaje lleno de amor y esperanza: “cuídate, te hablo al ratito para que platiquemos”. Esa última imagen, ahora marcada por la tragedia, resuena en el corazón de quienes la amaban.
El asesinato de Brenda no solo dejó huellas en su familia, sino que también provocó un clamor de justicia en la comunidad. La emboscada que la arrebató de este mundo también acabó con la vida de otros cuatro policías, generando una sensación de inseguridad y vulnerabilidad. La familia de Brenda exige justicia y respuestas, clamando por la memoria de una mujer que dedicó su vida a proteger a los demás.
El dolor y la rabia por su muerte han unido a sus seres queridos en un grito colectivo que demanda no solo justicia por Brenda, sino también un cambio en la forma en que se aborda la seguridad en el país. “No se merecía ese final tan cruel”, expresa Lourdes, quien busca que la historia de su hermana no sea olvidada y que su legado inspire un cambio real.
Brenda, La Negrita, ha dejado un legado que trasciende su vida. Su historia es un recordatorio de las luchas que enfrentan muchas mujeres en el ámbito de la seguridad y un llamado a la acción para que se tomen medidas que garanticen la protección y justicia para quienes sirven a la comunidad. En el corazón de su familia, su memoria vivirá siempre, como un faro de esperanza, amor y lucha por un futuro mejor.