Las condiciones climáticas y el viento han facilitado la expansión del descortezador en áreas forestales clave
IVÁN LÓPEZ/PORTAVOZ
El volcán Tacaná, joya natural compartida entre México y Guatemala, enfrenta un problema que no hace ruido, pero que avanza con letal precisión, una plaga del descortezador de pino. Este insecto, diminuto pero voraz, ha colonizado 500 de las dos mil 500 hectáreas de bosque de pino en la reserva de la biosfera. Su modo de ataque es subterráneo,perfora los troncos, consume la savia y seca los árboles desde adentro. Lo que parece un bosque en pie, puede estar ya muerto en vida.
Las condiciones climáticas no han sido aliadas. El viento actúa como vehículo del descortezador, que se dispersa con facilidad, mientras que el propio relieve del volcán, lejos de frenar su avance, ha facilitado su propagación en zonas donde no se ha logrado contener. El problema ha escalado más allá del lado mexicano, con reportes de expansión hacia el lado guatemalteco, donde las estrategias de mitigación aún no están en marcha.
A pesar del daño, las acciones de contención no se han detenido. Un proyecto piloto que simula árboles “ocupados” mediante pastillas hormonales ha ofrecido resultados alentadores. Esta técnica confunde a los insectos y evita que colonicen nuevos ejemplares, al menos del lado mexicano. Es un esfuerzo de ingeniería biológica que intenta equilibrar la defensa forestal sin recurrir al uso de agroquímicos masivos.
Sin embargo, esta batalla no puede ganarse a medias. La colaboración transfronteriza con Guatemala resulta urgente si se quiere evitar que la plaga cruce fronteras naturales y geopolíticas. El bosque no reconoce líneas divisorias, y lo que no se contiene en un país termina por afectar al otro. La diplomacia ambiental se vuelve aquí una herramienta tan vital como cualquier tratamiento forestal.
La reserva del Tacaná no solo es un refugio de biodiversidad; es también un termómetro de la salud del ecosistema mesoamericano. La lucha contra el descortezador no es solo técnica, sino también simbólica, representa el reto de preservar la vida ante amenazas invisibles pero devastadoras. La prevención, como siempre, será menos costosa que la restauración.