Ana Laura Romero Basurto
Corría el año 65 d.C. cuando Séneca, uno de los más grandes filósofos del estoicismo y mentor del joven emperador Nerón, recibió una noticia que helaría la sangre de cualquiera:
—El César cree que conspiraste contra él.
Séneca había dedicado su vida a cultivar la virtud y la razón, pero sabía muy bien lo que esas palabras significaban en la Roma imperial: no habría juicio, ni defensa posible. La sola sospecha del emperador bastaba para dictar sentencia de muerte.
Nerón, gobernante visceral y arbitrario, había pasado de ser un discípulo bajo la guía de Séneca a convertirse en un tirano dominado por sus pasiones, la desconfianza y el deseo de poder absoluto. Frente a ese capricho imperial, ni la sabiduría ni la lealtad ofrecían salvación.
Lo sorprendente no fue la orden, sino la reacción de Séneca. No entró en pánico, no buscó clemencia. Durante años había practicado un ejercicio estoico llamado premeditatio malorum: cada día imaginaba la pérdida de sus bienes, de sus afectos, de su posición… incluso de su propia vida. De ese modo, había muerto mil veces antes de morir.
Cuando el mensajero le comunicó la decisión final —“El César te concede el honor de elegir tu muerte”—, Séneca no se rebeló contra lo inevitable. Se despidió de los suyos, pidió que conservaran sus últimas palabras y, con una serenidad que desarmaba el poder de Nerón, abrió sus venas.
No fue frialdad, fue preparación.
No fue resignación, fue libertad interior.
Porque había ensayado mentalmente ese instante tantas veces que, llegado el momento, lo enfrentó como quien recibe a un visitante esperado.
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LA REFLEXIÓN
La premeditatio malorum no es pesimismo; es un ensayo vital.
Anticipar las dificultades nos ayuda a que, cuando lleguen, no nos derriben de golpe.
El miedo se debilita cuando lo miramos de frente antes de que aparezca.
Séneca no pudo evitar la arbitrariedad del poder, pero sí conservó lo único que ningún tirano podía arrebatarle: la soberanía sobre su mente.
Esa es la gran lección que sigue viva dos mil años después: no siempre podemos controlar lo que ocurre afuera, pero sí podemos entrenar nuestro espíritu para mantener la calma y la dignidad, incluso en medio de la tormenta.
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LA ACTUALIDAD
Hoy, en un contexto distinto pero con desafíos igualmente profundos, quienes estamos al servicio público en Chiapas sabemos que la vida política también exige una premeditatio malorum. Porque ejercer un cargo implica estar preparado para la crítica, para la adversidad, para los intentos de descrédito.
No podemos controlar la marea de circunstancias externas, pero sí la manera en que respondemos. Y es allí donde la serenidad se convierte en un acto de resistencia, y la integridad en un arma poderosa contra la corrupción y la injusticia.
Si Séneca nos enseñó que el imperio de Nerón no podía someter la mente, nosotros debemos recordar que ningún poder puede doblegar a un servidor público cuando su brújula es la honestidad y su fortaleza proviene de la conciencia tranquila.
En Chiapas vivimos una nueva ERA, marcada por un liderazgo que no se mide por lo que evade, sino por la manera en que enfrenta los desafíos. El doctor Eduardo Ramírez Aguilar, al dirigir los destinos de nuestro estado, no rehúye los retos que otros prefirieron eludir; los asume de frente, con serenidad y firmeza.
Su actuar está guiado por valores e ideales profundos, que no solo definen su vocación de servicio, sino que le dan forma a un hombre dispuesto a entregar —y que ya entrega— su vida por Chiapas. Esa convicción inquebrantable es la que lo distingue y lo convierte en un líder comprometido con el presente y el futuro de nuestro pueblo.