Víctor Corcoba Herrero
LOS FRUTOS DEL DIPLOMÁTICO ESPÍRITU COOPERANTE
“La energía del multilateralismo es una clarividencia versátil, nos recuerda el estímulo
inspirador, de que juntos somos más fuertes. Teniendo esto presente, la claridad es
manifiesta, lo que requiere un cambio de dirección y de sentido en nuestro paseo
existencial”.
Todo hay que trabajarlo en comunión y en comunidad, con un nuevo estilo cooperante
entre al menos tres Estados, sin obviar el buen talante inteligente, lo que facilitará el
entendimiento inclusivo y el brío solidario. Desde luego, el marco multilateral por
excelencia hoy en día, se sustenta en la Carta de las Naciones Unidas, que no se
limita a definir únicamente la estructura, la misión y el funcionamiento de la
Organización, sino que también continúa siendo el horizonte de la estética, para
promover el espíritu armónico, respetando la dignidad de cada persona, defendiendo a
su vez los pilares del Estado de Derecho y advirtiendo sobre el cumplimiento de los
derechos humanos. Sin duda, la unidad de nuestros pueblos está en repoblarse de
pulsos y, además, en poblarse de conciencia.
Evidentemente, las diversas situaciones en el mundo deben hacernos reflexionar e
invitarnos a promover el desarme y la no proliferación de contextos violentos, que lo
único que conllevan es una crueldad tremenda, que nos impide divisar el horizonte con
esperanza. Hoy en día, tenemos una carencia del derecho humanitario, que nos está
deshumanizando por completo. Urge, por consiguiente, intensificar los hábiles y
oportunos esfuerzos diplomáticos en favor de la supervivencia de todo el género
humano. No podemos desfallecer en los sueños, tampoco de los renovados enfoques
basados en un diálogo responsable, sincero y coherente. Jamás olvidemos que la
cooperación internacional en el marco multilateral de las Naciones Unidas salva vidas
cada día. Para ellos, nuestro mayor aplauso.
Sea como fuere, tanto mantener la vida como lograr la paz, persuade a forjar no solo
las condiciones propicias para que estas habiten, sino para que se mantengan. El
entorno nos demuestra, que nadie puede gestionar por sí mismo nada, precisamos
hacerlo al unísono; y, en este sentido, si el papel de la diplomacia es vital para aliviar
las tensiones antes de que desemboquen en conflicto, también el multilateralismo es el
único camino conjunto que nos puede sacar del atolladero de los particularismos y
nacionalismos, que son esquemas del pasado. Abracemos esta visión alternativa de
cooperación afectiva y efectiva. Es insuficiente pensar en los equilibrios de poder.
Salgamos de la noche de la guerra y de la devastación inhumana, para convertir el
futuro común en un amanecer resplandeciente.
Nos enfrentamos, en consecuencia, a la elección de dos caminos antagónicos. Por
una parte, al fortalecimiento del espíritu cooperante multilateral, actitud de una
renovada corresponsabilidad mundial, lo que conlleva a una acción donante cimentada
en la justicia y establecida en el amor auténtico, para regenerar vínculos y rehacer
como familia humana. O proseguir, con el espíritu de lo maligno, como es la
envenenada senda de la autosuficiencia, el individualismo y el aislamiento, golpeando
a los desfavorecidos y dejando en la cuneta del desprecio a los más vulnerables,
causando autolesiones a todos. Esta última opción no debe prevalecer, hay que tomar
la senda de la concordia, en la que nadie quede discriminado por no tener poder ni
recursos económicos.
La energía del multilateralismo es una clarividencia versátil, nos recuerda el estímulo
inspirador, de que juntos somos más fuertes. Teniendo esto presente, la claridad es
manifiesta, lo que requiere un cambio de dirección y de sentido en nuestro paseo
existencial. Con los medios tecnológicos y la cognición social, sumado a un marco
ético más fuerte, podremos superar el descarte y los inútiles enfrentamientos. Los
desafíos más acuciantes de nuestro orbe son de naturaleza mundial, así que
demandan soluciones globales. Por este motivo, al mismo tiempo, lo que se ha dado
en llamar la diplomacia preventiva, igualmente resulta primordial para proteger los
esfuerzos comunitarios, sobre todo para ayudar a solucionar las posibles controversias
surgidas. A la sazón: Albor y ternura, ¡siempre!