El 8 de marzo… fuimos todas
Sheila X. Gutiérrez Zenteno
Que sean los vidrios del Gobierno y no los cuerpos de las mujeres los que se quiebren.
Emmeline Pankhurst
Las mujeres que marchamos el 8 de marzo no queremos quebrantar las leyes, queremos redactarlas y refrendarlas como lo dijo Emmeline Pankhurst en la lucha sufragista, el problema es que, pocas veces se nos permite hacerlo, así que, como nos niegan ese derecho, tomamos las calles para intentar ser escuchadas, pero como parece que nadie lo hace, rompemos vidrios, pintamos paredes y quemamos puertas. Sí, fuimos todas.
Las que marchamos, las que el 8 de marzo no pudieron salir a manifestarse por su trabajo, pero que apostadas en las banquetas o en las puertas de los locales, negocios o cafeterías aplaudieron a quienes sí lo hicieron. Fuimos todas, incluidas las compañeras que han sido usadas como escudos por las empresas en las que laboran, cuyos cuerpos son utilizados para cuidar los cristales de esos negocios, pero que nos reciben con una sonrisa o al borde del llanto mientras reparten botellas de agua a quienes marchan, porque también ellas han vivido algún tipo de violencia en su vida y si pudiesen, también saldrían con nosotras.
FUIMOS TODAS
El 8 de marzo cientos de mujeres tomamos las calles clamando justicia. No pedimos otra cosa que no se haya pedido antes: respeto a nuestros derechos humanos como mujeres, una vida libre de violencia, que las leyes que buscan la igualdad de derechos y oportunidades entre varones y mujeres se apliquen, que los discursos gubernamentales dejen de ser retórica y se conviertan en acciones, pero esas fotografías pocas veces llegan a los titulares y las portadas de los medios de comunicación.
No es grato (y tampoco monetiza) mostrar cientos de mujeres portando carteles en los que se leen frases que ponen en evidencia la discriminación, el sexismo y la violencia que viven día con día: “Nuestro grito viene de un corazón cansado de vivir con miedo”; “Amiga te quiero viva”, “Tenía seis años, ¿aun así crees que yo lo provoqué?”, “Causa más incomodidad tener una pariente feminista que un violador en la familia”, mamá, hoy voy a gritar lo que te hicieron callar”, “Hoy soy la voz de quien no pudo gritar” son solo algunas de las frases vistas en la marcha, además de fotografías y nombres de sujetos señalados como golpeadores, violadores, pervertidos sexuales y abusadores. Pero lo importante para algunos medios de comunicación son algunos cristales que el seguro repone.
¿Qué impacto puede tener en la prensa del país, la fotografía de una joven mujer que muestra las cicatrices de las 13 puñaladas que recibió por parte de quien fuera su pareja de frente a una sociedad machista? Pocas reacciones de empatía, comentarios llenos de misoginia.
Marchamos porque si esperamos sentadas a que respeten nuestros derechos humanos, nos seguirán matando. Marchamos, porque la violencia que vivimos no le importa a la sociedad machista y misógina que nos rodea; marchamos porque no nos escuchan, porque se burlan de aquellas que han desaparecido, porque lucran con los cuerpos de las mujeres víctimas de feminicidio, de las niñas víctimas de pedofilia y pederastia, porque la violencia hacia las mujeres vende y vende bien.
Mientras el 8 de marzo transcurre, me pregunto ¿por qué las madres buscadoras no son quienes dan los discursos en los espacios institucionales? ¿Por qué no son las hijas de las madres asesinadas las que toman los micrófonos en las universidades para manifestar su realidad? ¿Por qué no invitar a las mujeres agricultoras que reciben un menor salario por sembrar los mismos campos que trabajan junto a los agricultores que ganan más que ellas por hora de trabajo? ¿Alguien vio a alguna empleada de limpia posar junto al gobernador en estas fechas?
Por supuesto que no, porque todas estas mujeres no son rentables para el discurso político, ni para la cultura aspiracional ni para el purple washing (mercantilización de la lucha feminista con el objetivo de encubrir actividades discriminatorias). Las demandas de justicia, laborales, de educación, de derechos reproductivos, de seguridad de todas estas mujeres, ponen en evidencia que el trabajo realizado por el Estado es insuficiente; hay una ceguera institucional ante sus peticiones.
Las mujeres que marchan y exigen justicia como colectividad, son incómodas para un sistema que se dedica a archivar denuncias, porque hacerlas efectivas es algo que casi no sucede. Las veces que se han logrado sentencias las madres o familiares de las víctimas han estado vigilantes de que el caso se investigue con perspectiva de género, es decir, que los hechos y las pruebas se cuestionen desechando estereotipos de género, que se identifiquen situaciones de poder por razón de género que provoquen un desequilibrio entre las partes, entre otros.
En México, la Red Nacional de Refugios A.C. reportó que entre 2018 y 2024, en México se habían registrado cuatro mil 873 feminicidios, eso sin contar los asesinatos de mujeres que no están correctamente tipificados. De ellos, menos de la mitad habían logrado alguna sentencia condenatoria. Por hechos como este es que marchamos.
LA VERGÜENZA NO ES PARA NOSOTRAS, ES PARA ELLOS
¿Qué clase de sociedad se burla de las cientos de mujeres que nos manifestamos el 8 de marzo clamando por justicia y una vida libre de violencia? El ejemplo que mejor resume qué tipo de sociedad nos circunda a las mujeres fue una frase que publicó un periodista chiapaneco el mismo 8 de marzo en sus redes sociales, que a la letra decía: “lo único bueno que tiene el #8M es que pone a caminar a un montón de gordas”. Como buen macho, misógino y sexista, eliminó el posteo de sus redes sociales, pero hombres con una visión similar se multiplican por las calles (y en los medios de comunicación) junto con sus discursos plagados de sexismo y odio hacia las mujeres.
¿A QUÉ SE ENFRENTA EL #8M?
A medios de comunicación que sesgan la información, a otros que explotan el sensacionalismo, pero del clamor de justicia de las mujeres, poco o nada dicen, aunque fomentan la “indignación” en su búsqueda de likes, siendo enfáticos en algunas de las acciones que tienen lugar como la pinta de paredes o alguna escultura, pero de los discursos en donde se hacen públicas las denuncias y las injusticias, no publican nada.
Y aquí es donde una se pregunta, ¿cuál será entonces la manera correcta para pedir justicia por el asesinato de Lupita? ¿Cómo pedimos justicia en nombre de las niñas y mujeres víctimas de feminicidio en 2024, en Chiapas? ¿Cómo logramos justicia y reparación del daño para aquellas madres cuyos hijos fueron arrebatados de su lado? ¿Para aquellas mujeres cuyo rostro fue desfigurado por el ácido, porque alguien creyó que era una buena lección para enseñar quién manda? ¿Cómo logramos justicia para las mujeres que fueron despedidas de sus empleos por estar embarazadas cuando la ley no funciona? ¿Cómo le hacemos para que las niñas no sigan siendo obligadas a casarse con hombres? Y la lista sigue, parece no tener fin.
¿Qué es lo que realmente molesta a esa parte de la sociedad que nos señala? ¿Cómo tendríamos que pedirle al Estado que cumpla con su mandato constitucional de brindarnos seguridad y una vida libre de violencia para que la sociedad esté satisfecha y nos reconozca? ¿Cómo le exigimos al Gobierno que busque a las cientos de mujeres desaparecidas cuando son las madres buscadoras las que encuentran fosas clandestinas y decenas de restos? ¿Será suficiente pedir que, por favor, hagan su trabajo? Porque se ha hecho y todo sigue igual.
Una esperaría que la reacción social sería otra luego de ver a cientos de mujeres marchando por las calles, de escuchar las consignas que gritan a todo pulmón, de los pedidos de justicia de niñas, adolescentes, mujeres jóvenes, de mediana edad o adultas mayores, pero no, los pedidos de justicia se pierden ante la preocupación por unos vidrios, algunas paredes y una escultura de fibra de vidrio. Lo verdaderamente importante, la violencia sistemática y estructural que vivimos, se diluye. Por eso marchamos.
Lastimosamente, aún aquellas mujeres que señalan a quienes se manifiestan cada 8 de marzo, no están exentas de vivir acoso, violencia, hostigamiento sexual, violación, desaparición o feminicidio; sin importar lo que expresen de nosotras, las queremos vivas y en paz, porque los violentadores, los abusadores, los maltratadores y los feminicidas no discriminan, violentan por igual.
Marchar cada 8 de marzo es apropiarnos del espacio público que nos fue negado durante siglos, lo seguiremos haciendo por las que ya no están, por nosotras y por quienes vienen. Y sí, fuimos todas.