Cambios de conducta y bajo rendimiento escolar son señales que deben alertar a padres y docentes
IVÁN LÓPEZ/PORTAVOZ
Tapachula enfrenta una crisis que se agudiza con rapidez, el consumo de sustancias en menores de edad inicia, en promedio, a los 11 años. Psicólogos advirtieron que esta edad de inicio se ha reducido, en especial tras la pandemia, cuando el aislamiento, el uso excesivo de pantallas y la tensión familiar dejaron huella en la salud mental infantil. El fenómeno ya no es marginal, se presenta con frecuencia en colonias urbanas y suburbanas, esto atraviesa todos los estratos sociales.
El alcohol encabeza la lista como sustancia de inicio, seguido de marihuana, psicotrópicos y cristal. Su fácil acceso y la normalización cultural lo convierten en la puerta de entrada al consumo regular. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco (ENCODAT 2022), el 35.5 por ciento de los adolescentes mexicanos ha probado alcohol antes de los 15 años, y en Chiapas, el 29.1 por ciento reportó haberlo consumido en el último año. El dato confirmó una tendencia preocupante que ya rebasa la intervención escolar aislada.
Los síntomas aparecen y pueden pasar desapercibidos si no se tiene una observación cercana. Cambios en el sueño, alteraciones en el apetito, aislamiento o irritabilidad son señales de alerta. Pero lo más visible suele ser la caída en el rendimiento escolar. En Tapachula, según datos del Centro de Integración Juvenil (CIJ), más del 40 por ciento de los jóvenes atendidos por consumo presentaban un historial de ausencias constantes o abandono escolar parcial.
Aunque el CIJ ofrece atención integral y gratuita, la participación familiar sigue siendo baja. A nivel nacional, la Secretaría de Salud reconoce que solo el 18 por ciento de los padres de adolescentes con consumo activo buscan ayuda profesional. En Tapachula, esta brecha se agrava por la estigmatización del tema, el desconocimiento y la normalización de ciertas conductas de riesgo.
Para revertir esta realidad, se requiere mucho más que campañas informativas. Las instituciones han comenzado a articular programas de prevención comunitaria que integran deporte, salud emocional, redes de apoyo y orientación en escuelas. Sin embargo, aún falta voluntad política y recursos sostenidos. Tapachula no necesita más alarmas, necesita acción inmediata, intersectorial y continua.