José Luis Castillejos
El agua es vida. Sin ella, no hay agricultura, no hay industria y, lo más importante, no hay futuro para las comunidades.
Sin embargo, en México, este recurso vital se está agotando. Sequías más frecuentes, sobreexplotación de acuíferos y una pésima gestión han puesto en jaque a millones de personas que hoy padecen la falta de agua en sus hogares.
Las imágenes de Monterrey sin agua en 2022 fueron un aviso de lo que podría ocurrir en otras ciudades del país. Familias enteras haciendo largas filas con cubetas, esperando una pipa que muchas veces no llega, se han convertido en escenas cada vez más comunes. En la Ciudad de México, los cortes en el suministro ya no son una excepción sino parte de la rutina. Mientras tanto, en los estados del norte y del Bajío, los agricultores se enfrentan a la desesperación de ver sus cultivos marchitos por la falta de riego.
El problema no es solo la falta de lluvia. En muchas regiones, el agua subterránea se extrae más rápido de lo que se recarga. En el Valle de México, este abuso ha provocado hundimientos de hasta 40 centímetros por año en algunas zonas. En otras partes del país, los pozos se están secando, y el agua que queda está contaminada o salinizada, lo que la vuelve inutilizable.
El sector agrícola es el mayor consumidor de agua en el país, con un 76 por ciento del total disponible. Sin embargo, la mayor parte de este consumo es ineficiente. En muchas zonas, los sistemas de riego son antiguos, desperdiciando grandes cantidades de agua. Paradójicamente, mientras los agricultores luchan por mantener sus cultivos, grandes empresas acaparan concesiones en zonas con estrés hídrico.
Industriales embotelladores, cerveceras y empresas mineras extraen millones de litros de agua al día, mientras comunidades enteras apenas tienen acceso al líquido para cubrir sus necesidades básicas. En Baja California, por ejemplo, la instalación de empresas cerveceras extranjeras generó protestas al descubrirse que su consumo equivalía al de una ciudad entera. En Querétaro y Guanajuato, la industria automotriz ha secado fuentes de agua que abastecían a los habitantes de la región.
A esto se suma otro gran problema: la contaminación. Ríos y lagos que antes eran fuentes de vida hoy están convertidos en vertederos de residuos industriales y urbanos. El Río Santiago en Jalisco, por ejemplo, es considerado uno de los más contaminados del país. El Atoyac, que atraviesa Puebla y Tlaxcala, es otro caso de negligencia ambiental.
El cambio climático ha agravado la situación. Las lluvias se han vuelto impredecibles, con sequías prolongadas en unas regiones y lluvias torrenciales en otras. Esto ha afectado el abastecimiento de las presas y la capacidad de almacenamiento de agua. La combinación de estos factores ha puesto a México en un escenario crítico, en el que la crisis hídrica ya no es una amenaza futura, sino una realidad que golpea a millones de personas.
¿Hay soluciones? Sí, pero requieren voluntad política y acción inmediata. Es urgente replantear la política hídrica del país. Se necesita una mejor gestión del recurso, inversiones en infraestructura y una estrategia nacional de conservación. La tecnificación del riego, la reforestación de cuencas y el tratamiento adecuado de aguas residuales son pasos fundamentales.
También es indispensable cambiar la forma en que se asignan las concesiones de agua. No puede ser que el acceso a este recurso dependa del poder económico de una empresa mientras miles de personas sufren escasez. Debe haber transparencia en el uso del agua, sanciones para quienes la desperdicien y una estrategia de largo plazo que garantice su disponibilidad para las futuras generaciones.
El agua es un derecho humano, no un privilegio. Garantizar su acceso y promover su uso responsable es una tarea urgente. Si no se toman medidas ahora, en pocos años el problema será aún más grave, y las imágenes de ciudades sin agua dejarán de ser noticia para convertirse en el día a día de millones de mexicanos.