Aunque el flujo de extranjeros ha bajado, los desafíos persisten para quienes cruzan por pasos informales expuestos al tráfico de personas
CARLOS RUIZ/PORTAVOZ
Los recientes operativos implementados en la frontera sur revelaron un cambio de enfoque en la estrategia migratoria: ya no solo se trata de contener el flujo de personas, sino de desmontar las estructuras criminales que han encontrado en la movilidad humana un negocio violento y rentable. Tapachula, convertida en epicentro de esta ofensiva, es hoy una ciudad vigilada, donde la seguridad se justifica como herramienta de protección, pero también deja ver un control cada vez más riguroso.
El desmantelamiento de una red de videovigilancia ilegal operada por criminales en Suchiate y Frontera Hidalgo puso al descubierto la sofisticación de estos grupos para rastrear y atrapar migrantes. Las 30 cámaras, distribuidas de manera estratégica, eran más que dispositivos: eran un sistema de inteligencia al servicio del secuestro y la extorsión. Su eliminación marcó un punto de inflexión, y desde entonces, las autoridades intensificaron su presencia en más de 49 kilómetros de frontera.
Los filtros de revisión instalados por el Instituto Nacional de Migración (INM) y la Guardia Nacional (GN) en puntos clave no solo buscan interceptar migrantes indocumentados, sino cerrar el paso a los grupos armados que por años dominaron las rutas informales. Aunque estos controles han logrado una disminución en los reportes de secuestros y robos, también han obligado a los migrantes a diversificar sus rutas y asumir riesgos mayores, al caminar largas distancias para eludir los operativos.
El Estado mexicano parece haber comprendido que la frontera sur no puede seguir siendo una franja sin ley. El despliegue de diversas corporaciones de seguridad reflejó un esfuerzo coordinado que, aunque tardío, empezó a dar resultados. Sin embargo, el reto está en sostener la presencia y no caer en los ciclos de abandono institucional que tanto han alimentado la impunidad en esta región.
A pesar de los avances, la realidad migratoria sigue siendo áspera y cambiante. La vigilancia se adapta, pero también lo hacen los migrantes y los grupos criminales. En este juego de estrategia, la frontera se transforma en un tablero de movimientos constantes, donde cada paso dado por las autoridades debe equilibrarse entre la seguridad y el respeto a los derechos humanos.