Sarelly Martínez Mendoza
Al llegar a las oficinas de Tránsito, escucho, casi por casualidad, que se puede solicitar un descuento en el pago de la infracción cometida. Voy a la oficina que me indican.
Encuentro un remolino de personas. Algunas ya fueron atendidas, otras esperan. Quince minutos después, un agente me pregunta cuál es mi solicitud. Le digo, como todos los que están aquí, que vengo a tramitar un descuento.
“Está bien, espere”, me dice, acostumbrado a tratar todos los días a cientos de penitentes.
Pasan otros quince minutos, y por fin, me hace pasar con otro agente a quien le muestro la hoja de infracción. Pienso que el descuento es una medida pedagógica. Es paradecirnos: “lo infraccionamos, pero como es la primera vez, no pagará nada. Aquí están sus placas”. Y yo me iría a tomar un pozol con este calorón primaveral o a juntarme con los amigos en una mesa de ajedrez, acompañados de una lisa.Pero no.
El agente me ordena: “Escriba que ‘por ser una persona de escasos recursos económicos, solicito un descuento al monto de la infracción’. Le darán el 30 por ciento”.
—¿Qué pasa si escribo lo que sucedió? Que no está pintado el arroyo vehicular —le digo.
—Entonces no hay descuento. Solo escriba que es persona de bajos recursos económicos y ya.
Otras personas escriben lo que se les ordena, aunque hayan sido infraccionados en sus camionetas o coches último modelo. Y yo con estos prejuicios, porque entiendo que una persona de escasos recursos económicos no podría tener un coche. Tendría dificultades para cubrir sus necesidades básicas.
Salgo de la oficina y voy directo a las cajas, todavía pensando si soy una persona de escasos recursos económicos o no. ¡En qué dilemas existenciales me meten estos agentes!
Ya en la fila, un señor que lleva un folder con varios documentos me saca de mis cavilaciones. Y como aquí el tema es el pago de la multa, le pregunto por qué lo infraccionaron:
“Se me había fundido el foco de mi camioneta, pero no me había dado cuenta. Venía yo manejando por el Libramiento Norte, cuando vi que me seguía una patrulla. Me metí a Walmart y también ellos se metieron. Ahí me infraccionaron, y no solo por llevar la camioneta choca, sino por huir y hasta por faltarle el respeto a la autoridad.
“Los demandé, pero ya llevo seis meses en estas vueltas y no responden, pese a que tengo la foto de que me infraccionaron en un lugar privado. Así que para no seguir en una batalla que de plano está perdida, he venido a pagar la multa”.
Una señora, me cuenta que dejó su coche en un lugar prohibido por el Parque de la Marimba, eso sí “con intermitentes”, porque debía surtir unos productos a una clienta, y que “en ese minutito” fue infraccionada por una agente.
Algunos asumen su culpa, como este señor setentón que ríe, porque dice que usa poco el celular, pero cuando contestó una llamada, y ¡zas!: patrulla y multa.
Avanzo en la fila, escuchando historias, y hay varias similares a la mía. Pero todos hablan de voracidad. Un agente, cuando escucha de la mordida oficial, aclara: que quienes se quedan con el 40 por ciento son los tránsitos estatales. A los municipales, “todavía no nos toca; pero ya urge ese beneficio”.
Cuando estoy cerca de la caja, me piden fotocopias de la tarjeta de circulación y de la infracción, y yo no traigo latarjeta. Regreso a mi coche bajo el sol relampagueante. Y voy de vuelta a este mar de historias de infracciones.
Paso, por fin, con una persona que revisa la hoja deinfracción. Me remite con una cajera. Recibo el monto: “1584 pesos” por haber infringido el artículo 104 del Reglamento de Tránsito vigente.
Un señor, que está a mi lado, presume: “Yo voy a pagar 792 pesos, ya con el descuento por ser pobre”. Y ríe.
Pienso que yo también pude haber escrito que soy una persona de escasos recursos económicos, si hubiera tomado como referencia a Slim o al presidente municipal y, hasta seguramente, al director de tránsito. Pero no, mi prurito con las palabras y mi orgullo aspiracionista y existencialista, me lo han impedido.