José Luis Castillejos
En estos tiempos inciertos, donde la desinformación se propaga con la velocidad de una chispa en un campo seco, cualquier documento técnico, por más inocuo que parezca, puede encender fuegos que luego nadie sabe cómo apagar.
Es el caso del ejercicio titulado SPARS Pandemic 2025–2028, elaborado por el Centro de Seguridad Sanitaria de la Universidad Johns Hopkins. Se trata de un escenario ficticio, un ejercicio de simulación que jamás pretendió predecir el futuro, si no entrenar a las autoridades en la gestión comunicativa durante una crisis sanitaria. Sin embargo, el texto —disponible públicamente desde 2017— ha sido interpretado por muchos como una advertencia velada, casi como un plan anticipado.
LA REACCIÓN DICE MÁS SOBRE NOSOTROS QUE SOBRE EL DOCUMENTO
Después del COVID-19, la sensibilidad colectiva quedó trastocada. Basta con mencionar virus, vacunas o cuarentenas para activar recuerdos punzantes de encierros, incertidumbre y pérdida. En ese contexto emocional, leer que un grupo de expertos simuló una pandemia para el periodo 2025-2028 resulta, para muchos, algo más que inquietante: es motivo de alarma.
Pero no debemos confundir una hipótesis académica con una intención encubierta. Las simulaciones como SPARS se realizan en todo el mundo. No son pronósticos ni estrategias encubiertas, sino ejercicios de prevención. El problema comienza cuando circulan sin contexto, sin marco pedagógico, y terminan convertidas en alimento para quienes viven al acecho de conspiraciones.
AHÍ DONDE DEBERÍA HABER CLARIDAD, APARECE LA SOSPECHA. Y EN ESE ABISMO CRECE EL MIEDO
No se trata de cancelar los simulacros. Se trata de explicarlos. De acompañarlos con información comprensible. De ofrecer al ciudadano común las herramientas necesarias para distinguir entre lo ficticio y lo factual. La transparencia no consiste únicamente en publicar documentos, sino en traducir su significado, desmontar la ambigüedad y reducir el margen del engaño.
Porque si algo quedó claro tras la pandemia real es que la verdad necesita aliados: necesita claridad, necesita oportunidad y necesita confianza.
Los centros académicos y las instituciones públicas deben asumir que el contexto ha cambiado. Ya no basta con el rigor técnico. Hoy se requiere una pedagogía paciente, que informe sin alarmar y que prepare sin sembrar pánico.
Porque el mayor riesgo no es simular una pandemia, sino que el simulacro se vuelva profecía para quienes han perdido la fe en la verdad.