Víctor Corcoba Herrero
En declive para avivarse
“Al igual que nunca podremos vivir armónicamente si no analizamos detenidamente nuestra
forma de producir y consumir, tampoco podremos salir de esta ruina, en el caso de que no
reduzcamos la pobreza, acabando con la desigualdad y protegiendo la naturaleza”.
Todo parece estar en bajada, en parte por las pretensiones egoístas inherentes de algunos
modelos económicos actuales; además de por nuestras miserias y absurdas contiendas entre
sí, que nos vuelven insolidarios e indiferentes, como si tuviésemos un corazón de piedra. Por si
fuera poco, este tormento existencial, la Agencia de Medioambiente acaba de advertirnos que
más de una quinta parte de las casi mil doscientas especies monitoreadas se ven amenazadas
de extinción y casi la mitad, un 44% está en declive. El citado Organismo apunta la
sobrexplotación, la pérdida de hábitat, la contaminación y el cambio climático como las
principales causas. Una vez más, la perspectiva nos indica que todo está estrechamente
relacionado, lo que requiere por parte de la sociedad en su conjunto una visión comprensiva,
pues también de las crisis se sale, llegando incluso a convertirse en una oportunidad para
reflexionar y aprender de los errores del pasado. No hay mayor retroceso que seguir un solo
camino y no prestar atención a otros pulsos. Precisamente, son la multiplicidad de pasos, los
que emergen de un pentagrama de andares, que nos estimulan la savia y nos paralizan lo
pasado, para reanimar el presente.
En este sentido, considero que no sólo hay que concentrarse en las soluciones técnicas, sino
igualmente en desarrollar un espíritu auténtico de solidaridad universal, fundado en el amor y
en el entendimiento recíproco. Urge, desde luego, que la familia humana se fraternice,
aprendiendo a morar donándose y eximiéndose. Reforzando así los vínculos, es como se
consigue afrontar los numerosos problemas humanitarios. Sea como fuere, por muy en
decadencia que nos hallemos, unidos saldremos fortalecidos y podremos rescatarnos de este
abismo mortecino, con una lección más aprendida para seguir adelante, para progresar
alentados por la esperanza. Lo sustancial radica en acogerse y en recogerse, en llenarse el
corazón de vigor social y en socializar los espacios en común. Por ello, tampoco podemos
resignarnos a su talud, en deshumanización e inhumanidad, a causa de la incertidumbre, del
individualismo y del consumismo, que plantean un porvenir de individuos que solo piensan en
sí mismos. Sin embargo, desfallecer siempre ha de ser lo último, ya que es lo que nos mata;
mientras las expectativas son las que nos hacen coexistir y las que nos reviven mar adentro.
En efecto, al igual que nunca podremos vivir armónicamente si no analizamos detenidamente
nuestra forma de producir y consumir, tampoco podremos salir de esta ruina, en el caso de
que no reduzcamos la pobreza, acabando con la desigualdad y protegiendo la naturaleza.
Quizás, hoy más que nunca, debamos despertar, tomar conciencia de las situaciones y
ponernos en acción copartícipe. De fundamental trascendencia también serán aquellos
programas destinados a erradicar el desempleo, la violencia, la impunidad, el analfabetismo y
la corrupción. Ahora bien, no podemos quedar tan solo en el diálogo que, aunque se presenta
siempre como instrumento insustituible de toda confrontación constructiva, la reacción a los
declives es vital, sobre todo para ayudar a los vulnerables y preparar la recuperación. Desde
luego, necesitamos respuestas mucho más profundas e inclusivas, más rápidas y más
ambiciosas, para conseguir alcanzar esa gran transformación mundial que todos los moradores
requerimos. Jamás será tarde, pues, para ponernos manos a la obra, en busca de un mundo
nuevo y mejor; eso sí, en el empeño hemos de poner una buena dosis de coraje y anhelos.
A poco que miremos el futuro, percibiremos que, aunque no nos falten los motivos de
ansiedad, son más fuertes y preeminentes los de confianza y los sueños. Sostenidos por la
ilusión de hallarse, nuestros ojos han de renacer a ese mundo del espíritu fraterno, al menos
para que cesen las endémicas hostilidades y los sufrimientos que nos trasferimos unos a otros.
Sin duda, en lugar de los encontronazos hay que avivar la cultura del encuentro, ya sea a través
del turismo resiliente, que no sólo conecta a las personas entre sí, también con el hábitat; lo
que nos hace más condescendientes con otras culturas, para que cada uno recupere la fuerza y
la certeza de mirar al horizonte con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras. Al
fin y al cabo, tanto la cercanía como el carácter realmente humanístico no pueden decaer,
sobre todo en la atención a los más débiles. En consecuencia, es importante consolidar los
derechos humanos generales y comunes, para ayudar a garantizar una vida digna para toda la
especie, evitando el uso de políticas de doble medida. Porque el proceder no se ha hecho para
enjaularse, sino para batirse el cobre, mientras nos renovamos continuamente por dentro y
por fuera.