Víctor Corcoba Herrero
EN SABER VIVIR PARA LOS DEMÁS, SE UBICA LA DICHA
“Hoy más que nunca, es necesario cultivar la dedicación a los que nadie quiere
acoger, sin caer en la infamia de la usura que arruina la vida de los
desfavorecidos, poniendo de relieve que el cumplimiento de la ley moral es
fuente de profunda paz interna”.
En la entrega está la felicidad, no en el vivir, sino en saber donarse sin miedo,
haciendo corrección cada día. Al igual que, con el despertar de cada mañana
entramos en acción, los acontecimientos tampoco representan una mera
sucesión de actos sin sentido; pues, aunque estemos bajo el dominio del caos,
tenemos voluntad para reafirmar la personalidad, templar el carácter y desafiar
la adversidad, superándonos diariamente. En efecto, debemos cultivar nuestros
quehaceres cotidianos con los atributos de amor y bondad. Sin exclusión
alguna, hemos de tomar conciencia de que son las pequeñas cosas que nos
ocurren a diario, las que nos refuerzan y dan aliento a proseguir en los sueños,
haciendo camino y rehaciendo rutas que nos lleven a un espíritu de concordia.
De ahí, la importancia de que los gobiernos y las organizaciones
internacionales ejemplaricen sus actuaciones, invirtiendo en condiciones que
favorezcan la prosperidad, no en una suma de intereses mundanos, sino en la
defensa de los derechos humanos para todos, que es lo que verdaderamente
incorpora la dimensión del bienestar global.
Ciertamente, la humanidad es más feliz cuando todos estamos unidos, con brío
cooperante y grafía solidaria. Sin duda, nos apremia ahuyentar este espíritu
guerrero que nos asfixia con el veneno del enfrentamiento permanente y pasar
al cultivo del auténtico abrazo. Desde luego, hay muchos factores que influyen
en la duración existencial de cada uno de nosotros, pero tener una perspectiva
generosa, seguro que nos recompensa, injertándonos una sensación general
de complacencia. En efecto, no es el dinero, ni las cosas materiales, las que
nos sustentan en las relaciones sólidas, sino el soplo desprendido que nos
acompaña inherente, para que cada aurora todo sea esperanzador. Dejarse
llevar por lo que uno anhela es un buen propósito para llegar lejos. Ser buenas
personas para ganar confianza consigo mismo, también nos ayuda a no perder
el tiempo, porque son los vínculos humanos compartidos y rehechos en
confianza, los que nos permiten alcanzar mayor cantidad de proyectos. Al fin y
al cabo, no existe gran talento sin perseverancia y buen talante, por mucha
titulación que poseamos, lo sustancial es hermanarse.
Quizás sea el momento de iniciar nuevos itinerarios conjuntos, tras haber
pregonado el absurdo del “tanto tienes/tanto vales”, haciéndonos esclavos
como jamás, de una soledad sin consuelo. Además, la experiencia vivencial
nos demuestra, que no se es feliz por el simple hecho de satisfacer las
expectativas y las exigencias mundanas, sino por el amor que se imparte,
renunciando a la mera posesión. Con razón, siempre se ha dicho: renovarse o
morir. Sabemos que, por desgracia, la sociedad moderna está hondamente
irrumpida por el encantamiento de las fortunas adineradas. Deberíamos, por
tanto, desmoronar este falso filtro de poder y pensar en nuestra capacidad de
servir, no de servirnos de nadie. Una vez liberados del apego a los bienes
terrenales, estoy convencido de que todo será más llevadero, porque habrá
otro ánimo, de no atesorarse de nada y sí de fraternizarse. Reconozco, que
jamás he podido concebir, cómo una persona perseguía la alegría ejerciendo la
dominación y practicando el egocentrismo. Sin embargo, el querer lo es todo en
la vida y, si aspiramos ser felices, con tesón hasta los cantos tendrán su
encanto.
A partir de esta convicción mística, se desarrolla una auténtica rebelión mar
adentro para no desesperarse ante las hazañas de los poderosos, que todo lo
suelen revestir de puro egoísmo, con criterios de maldad y razonamientos
corruptos. Hoy más que nunca, es necesario cultivar la dedicación a los que
nadie quiere acoger, sin caer en la infamia de la usura que arruina la vida de
los desfavorecidos, poniendo de relieve que el cumplimiento de la ley moral es
fuente de profunda paz interna. Lo horrible de este planeta, motivado por el
absurdo de nuestro actuar, radica en que perseguimos con idéntica pasión el
volvernos radiantes y el impedir que los demás lo sean. Olvidamos que la
auténtica satisfacción es más del cielo que de la tierra; y que, para ello,
tenemos que ser caminantes justos, clementes y compasivos. Podemos tener
diferentes visiones, lenguas y creencias, pero compartimos el mismo linaje, el
mismo planeta y los mismos deseos, de no sentirse perdido y de reencontrarse
en la certeza. ¡Qué mayor tranquilidad!