Roberto Chanona
Siempre he tenido cierta admiración por esas personas que viven en la calle; estos personajes conocidos como los escuadrones de la muerte, o simplemente, teporochos. Cuando los observo, la pregunta que me asalta es: ¿Qué lleva a una persona a dejar su casa, sus seres queridos, para ir de lleno a la intemperie, para vivir de la buena voluntad de las personas? Así pues, me llena de interrogantes esta visión de no poseer nada, de no acumular nada, de vivir cada amanecer como los pájaros que cantan, comen, aman y mueren.
Existe una anécdota que me gusta al respecto. Dice que llega a la ciudad de Atenas una persona a visitar a un sabio. No recuerdo si fue Solón, pero al llegar a la morada, encuentrauna pequeña cama, una silla y una mesa; el visitante,consternado, pregunta: ¿Y dónde están sus cosas? A lo que el sabio responde: Y las suyas, ¿dónde están? Yo solo estoy de paso – contesta el forastero– a lo que el sabio responde: ¡yo también!
Sabemos perfectamente que nada nos llevaremos cuandollegue la hora de partir. A pesar de esto, hay una necesidad terrible de acumular, de atesorar; muchas personas hasta se vuelven miserables consigo mismas y con los suyos, para no gastar un céntimo. Lo inverosímil del asunto es que atesoran y atesoran para que luego un perfecto desconocido llegue a gastarse el dinero.
Todo esto viene a colación porque hace unos días, al ir a comprar mi coco matutino, encontré que el dueño del carrito había salido y quedó en su lugar una persona de nombre Daniel Alejandro. En la espera a que Julio César regresara, empecé a platicar y me dijo que vivía en la calle. Poco a poco, la plática empezó a subir de tono culturalmente hablando; seguimos entonces con reflexiones de mayorrango, nada común viniendo de un indigente. Así me enteré de que era originario de Tampico, que mascaba el inglés, quetenía conocimientos de algunos escritores, que tenía una hermana viviendo en Italia, y sin darme cuenta, pasó el tiempo.
Al día siguiente, con muchas interrogantes salí con la firme convicción de buscarlo para preguntar ¿Qué lleva a una persona a soltar todo? Pero ese día no tuve suerte. Pasó una semana y nada. Una mañana que fui por mi coco, sorpresa, Daniel estaba en el carrito. Nos pusimos a platicar. Rápido se me ocurrió mandar a comprar unas chelas. Cuando ya estábamos en confianza, le solté la pregunta… se quedó un rato pensativo… se le nublaron los ojos, y me dijo: la gente piensa que es el vicio del trago o de la droga lo que nos lleva a vivir de esta manera, pero no es así; es como si existiera una predestinación, uno nace así, quizá como el poeta, tú lo sabes, no puedes hacer nada contra ese destino. Uno nace con esa consigna de dejarlo todo, de no tener nada y al mismo tiempo, tenerlo todo. Yo me levanto con el alba y miro el cielo, escucho los pájaros y soy feliz, aunque la cruda me esté matando por dentro; quizá porque no tengoninguna atadura, no tengo responsabilidades. Yo vengo de una familia acomodada de Tampico. Mi padre fue un buen hombre, no era alcohólico y menos violento; mi madre fue una buena mujer que nos cuidó; entonces, por qué desde los 13 años ya fumaba mariguana y bebía, si no tuve eseejemplo en mi casa. Desde joven supe que no quería familia, no quería responsabilidad, ni hijos, ni mantener una casa.Desde joven me gustaba vagar, amanecer en otras ciudadesy con otras personas. Así me subía a un bus y llegaba en otra ciudad. Así llegué a Chiapas. Ahora estoy pensando regresar a Tampico, quizá para morir allá. Nunca se sabe.
Toda esta experiencia me recordó a León Tolstói que abandonó los lujos de su casa para irse a vivir con los campesinos de Yásnaia Poliana, donde él creció y vivió. Tolstói había intentado renunciar a sus bienes en favor de los pobres, pero su esposa lo impidió. Sus últimas palabras aúnresuenan en mi cabeza: Hay sobre la tierra millones de hombres que sufren: ¿por qué estáis al cuidado de mí solo?
En mi caso soy más estoico: me gusta la virtud, me gustatomar mi coco matutino, comer mi chicharrón o mi sopa de verdura en caldo de hueso. Agradablemente ya no fumo, ni tomo bebidas embriagantes, pero me gusta levantarme con el amanecer, hacer una plegaria, darle un beso a mi amada esposa, platicar con mis hijos, tomar café con los amigos, cultivar mi jardín como lo hacía Voltaire. En fin, pienso como Séneca que el dinero es importante: primero hay que tenerlo; luego tener lo suficiente, para entonces saber vivir bien.