Sarelly Martínez Mendoza
Me gusta escribir sobre el ejercicio del poder y sus protagonistas. Me refiero a ese poder con mayúscula, propio de los políticos, porque hay muchos tipos de poder y todos ejercemos algún grado de poder; sin embargo, el poder, por tradición, ha sido el político, capaz de transformar a las personas de simples mortales en ángeles levitadores: una fuerza que puede envilecer o engrandecer a las personas y cambiarlas para siempre. También me interesa la pérdida del poder, y sobre ese tema he realizado algunas entrevistas.
Al mediodía del martes 16 de mayo de 2017 hablé con Juan Pablo Montes de Oca (1977-2024) sobre este tema. En esa ocasión lo grabé. Recupero aquella conversación, en la que está marcada la hora: dos de la tarde con 11 minutos. El lugar: mi casa.
—Tú, que has estado en la administración pública, que has asumido el poder, pero que también lo has perdido, ¿qué se siente cuando se deja un cargo de importancia?, ¿qué viviste, por ejemplo, cuando terminó tu administración como alcalde?
—El poder transforma, desde luego, y su pérdida nos hace terrenales. Perder el poder es perder reflectores. La pérdida se empieza a vivir meses antes, porque ya hay un presidente electo, y la atención se va con esa persona, aunque se sigue teniendo el control administrativo del ayuntamiento. Cuando yo entregué la Presidencia, que además —te lo presumo—, fui y soy muy querido en mi pueblo, subí al templete para la investidura del nuevo presidente, después bajé y me despedí de todos.
“El día que tomé protesta, el primer día de mi Gobierno, la gente estaba encima de mí. La policía me rodeaba y cuidaba tanto, que hasta me acompañó a mi casa. El día que terminé, pues sí, el saludo, pero ya el festejo fue del otro. Bajé con mi esposa, con mi mamá y con mis amigos, que éramos 10. Nos fuimos a mi casa, en donde hicimos una cena.
“Al otro día tenía yo una reunión, por la auditoría y la entrega-recepción. Salí de mi casa solito, rumbo a la oficina que tenía a dos cuadras. Ahí estaba mi extesorero, mi exdirector de obras. Sentí, en ese caminar solitario, un escenario completamente distinto; pues sí, un ‘buenos días’, pero nada más.
“Mientras ejercía el poder, mi corazón estaba aceleradísimo, mi mente caminaba a mil por horas, pero al otro día de dejar la Presidencia, mi corazón, que palpitaba a 180 latidos, se instaló en cero, y poco a poco, a duras penas, empezó a ponerse en 20. ¿Por qué? ¿Para qué se iba a acelerar si no iba a ningún lado?
“Empiezas a sentir esa angustia, una tristeza, una soledad, no de la gente, porque hay cariño, pero el corazón se siente triste, se siente solo. Llegas y ves a tus excolaboradores metidos en otra dinámica. Y pues ya no están a tu disposición, de ‘traéme tal cosa’. No se puede ordenar. Eso se acabó. Toda la fiesta está con el otro”.
—¿Se siente ingratitud?
—Se debe sentir por parte de algunos. En lo personal no la sentí tanto. Traté de no cambiar mi modo de vida mientras fui presidente municipal. Yo caminaba de mi casa a la Presidencia. Aun así, sentí feo, porque ya no te contestan igual el teléfono y la gente ya no te trata igual. Lo viví cuando salí de la Subsecretaría de Infraestructura también. Gente que te buscaba ya no te responde los mensajes. Es un favor que te reciban. Sientes eso: la pérdida del poder.
—¿Hay desamparo?
—Creo que no hay un ser humano a quien no le guste el poder y que no lo disfrute. El poder puede ser una droga, un afrodisíaco tremendo para hombres y mujeres. Y si te lo quitan de golpe y porrazo es terrible. Con el poder, hasta te sientes guapo, te sientes chingón. El poder puede ser más importante que el dinero. Se luce como no tienes idea. Te ven precioso cuando lo tienes. Y esa sensación te la crees porque la vives. No hay quién te diga que estás equivocado. Pocos se atreven. Se equivoca uno y no pasa nada. Eres el más inteligente, el más capaz, el más brillante. Todo eso lo disfrutas.
“Si en un grupo de amigos la mayoría te dice que eres el mejor, pero hay uno que te dice que no, que has cometido algún error, que te hace ver tu realidad, te alejas de esa persona. Es mera condición humana. Porque nos instalamos en otra realidad, en otro mundo y eso es peligroso, porque muchos abandonan a su familia, dejan a sus esposas. El poder marea con sus aplausos y lisonjas cuando no estás bien centrado, bien educado; yo conozco a muchos en esa condición. Tiendes a alejarte de tu mundo porque sientes que estás en otro nivel socioecónomico por tus méritos propios. Ya creciste tanto, social como económicamente, que piensas que va a durar toda tu vida y tiendes a descuidar a los de abajo para llevarte con los que están arriba. Pero cuando se termina; todo eso, de sopetón, se va: imagínate cómo queda tu conciencia, tu corazón y tu alma al perder todo eso.
“No hay forma para prepararse ante la pérdida del poder. No se puede. Yo traté de mentalizarme cuando fui presidente, pero aun así lo padecí. Me dolió y lo sufrí. Y peor tantito, si tu sucesor te paga mal y se vuelve un ingrato. Lo sientes peor todavía, porque diste todo por dejarlo y al final te mandó a la tristeza. Pero hay una ruptura natural del que entra con el que se va.
“Me imagino otra dimensión del poder, por ejemplo, el que ejerce un gobernador, un presidente de la República, que son ejecutivos, y a veces jefes absolutos, porque los legisladores no tienen tanto esa sensación. Nunca he sido diputado o senador, pero creo que no es tanto, que no viven el poder de esa manera. El flato que se siente. Falta tranquilidad en la calma, que es lo peor de todo. No encuentras sosiego. Tu ansiedad se va al límite. Cuesta digerirlo. Hasta físicamente, porque como estás acostumbrado a un ritmo acelerado y la adrenalina fluye, y de pronto, ¡puf!, entras a un estado en que tu cuerpo debe asimilar los cambios. Yo lo sentí. Hasta como enfermo se siente uno. Y todos los que han padecido este mal, me dicen lo mismo”.
Cuando registré esta plática, Juan Pablo estaba en un impasse en la política. Había dejado la Subsecretaría de Infraestructura Carretera e Hidráulicas de Chiapas de la Secretaría de Infraestructura, y faltaba más de un año para las elecciones locales, en donde ganaría la diputación del III Distrito con sede en Chiapa de Corzo, que abarcaba Venustiano Carranza y los municipios de Acala, Chiapilla, Nicolás Ruiz, Emiliano Zapata, San Lucas y Totolapa.