El nuevo líder llega para guiar la Arquidiócesis de Tuxtla, con una amplia trayectoria y formación. La comunidad espera con fe su ministerio
IVÁN LÓPEZ/PORTAVOZ
La Arquidiócesis de Tuxtla Gutiérrez puso fin a 17 meses de sede vacante con la toma de posesión de su nuevo arzobispo, José Francisco González González. Proveniente de la Diócesis de Campeche, el prelado asume una de las sedes más jóvenes del país, pero también una de las más complejas, en medio de tensiones sociales, desigualdad estructural y fenómenos migratorios que desafían la acción pastoral cotidiana.
El acto solemne tuvo lugar este viernes 25 de abril, día de San Marcos Evangelista, patrono de la arquidiócesis. La presencia del nuncio apostólico Joseph Spiteri y representantes de diversos sectores eclesiales, incluidos pueblos originarios y congregaciones religiosas, dotó de simbolismo el inicio de este nuevo ciclo. Para la comunidad católica, no fue solo una ceremonia, sino una oportunidad para renovar su compromiso con una iglesia viva, implicada con la realidad local.
Monseñor González González llega con una formación sólida y una experiencia pastoral que lo vincula directamente con los temas que hoy preocupan a Chiapas. Originario de Jalisco y con estudios en Derecho Canónico y Teología Bíblica realizados en Roma, el nuevo arzobispo ha cultivado una carrera cercana a los jóvenes seminaristas, los procesos vocacionales y la vida espiritual del clero.
Su nombramiento fue realizado por el recién fallecido Papa Francisco, quien lo designó como arzobispo de Tuxtla en un acto que se interpretó como un gesto de confianza y continuidad pastoral. A pesar de su delicado estado de salud en sus últimos meses de vida, el pontífice mantuvo su atención sobre las diócesis más vulnerables del país, el cual apostó por liderazgos que combinen formación, sensibilidad social y compromiso espiritual.
En su nuevo cargo, González González se convertirá en el tercer arzobispo de Tuxtla Gutiérrez, pero el sexto en la línea histórica de pastores que han guiado la sede desde su creación en 1964. Su antecesor, Fabio Martínez Castilla, falleció hace un año y tres meses, mismo que dejó un vacío que, de acuerdo con el Vicario General José Luis Espinosa Hernández, era urgente llenar con cercanía, escucha y firmeza.
Durante su toma de posesión, el nuevo arzobispo evitó fórmulas repetitivas y habló con claridad sobre los retos que heredará. Mencionó la violencia, la migración forzada, la pobreza y la marginación como temas que no pueden ignorarse. “Estos asuntos no le son ajenos, pero requerirán de seguimiento constante”, apuntó Espinosa Hernández en declaraciones previas.
Además de la dimensión espiritual, la diócesis está llamada a tener un papel activo frente a las condiciones de desigualdad que persisten en el estado. El arzobispo asumió su misión en una entidad que genera una gran parte de la energía eléctrica del país, pero donde persisten comunidades sin acceso pleno a servicios básicos. Esta contradicción, expresó el vicario, reflejó un Chiapas donde la riqueza cultural convive con la exclusión.
La jornada estuvo marcada por actividades simbólicas, desde su recibimiento en la parroquia de Santa Cruz Terán hasta la celebración eucarística en el Seminario Mayor Santa María de Guadalupe, pasando por encuentros con la vida consagrada y representantes de los pueblos originarios. Más que una liturgia, fue una muestra de las múltiples voces que conforman la Iglesia local.
En tiempos donde la institucionalidad se percibe distante o frágil, los templos han comenzado a convertirse en espacios de contención emocional y refugio simbólico. La Iglesia, más allá de su función litúrgica, sostiene vínculos comunitarios que resultan vitales en momentos de crisis. La llegada de un nuevo arzobispo podría ser también una oportunidad para fortalecer estos espacios de escucha, sanación y reconstrucción del tejido social.
En paralelo, la Arquidiócesis de Tapachula permanece sin obispo, a la espera de un proceso de consulta interna para definir un perfil adecuado. Según Espinosa Hernández, este proceso implica escuchar a sacerdotes, religiosas, laicos y otros pastores. Mientras tanto, en Tuxtla, la esperanza de una nueva etapa pastoral se abre con la llegada de un arzobispo que no desconoce los desafíos, pero que viene preparado para afrontarlos con decisión.