Niñas y niños trabajan en calles y comercios sin protección alguna. Especialistas piden tratar cada caso como una emergencia social
CARLOS RUIZ/PORTAVOZ
FOTO: ALEJANDRO LÓPEZ
En Chiapas, donde el trabajo infantil y la explotación callejera se han vuelto parte de la vida urbana, denunciar ya no es suficiente, es necesario. Pero más allá del acto de señalar, lo que transforma es el seguimiento. Así lo planteó María José Oseguera Narváez, coordinadora de Derecho en la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH), al recordar que una denuncia sin respuesta es apenas un grito en el vacío.
El desafío es profundo y estructural. Aun si existen mecanismos como el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) o la Fiscalía especializada, las respuestas institucionales suelen ser lentas o poco eficaces. Frente a esa omisión, Oseguera advirtió que la sociedad no debe resignarse al silencio ni mucho menos acostumbrarse a ver niños en condiciones precarias como si fuera parte del orden natural. El problema se normaliza justo al dejar de denunciar.
En muchos puntos del estado, niños y niñas trabajan jornadas extenuantes a la vista de todos. Algunos limpian parabrisas bajo el sol durante horas; otros venden dulces en calles o mercados sin protección alguna. Cada uno de estos casos, insistió la especialista, debería ser tratado como una emergencia, no como un hecho anecdótico. Las infancias no pueden esperar a que los sistemas reaccionen a medias.
La situación se vuelve aún más compleja en comunidades indígenas, donde el trabajo infantil se entrelaza con la cultura, la necesidad y la tradición. Oseguera planteó que el enfoque no puede ser impositivo, sino colaborativo,escuchar, dialogar y construir nuevas formas de proteger sin desplazar la identidad comunitaria. Porque un niño que trabaja no debería hacerlo a costa de su derecho a jugar o a estudiar.
La corresponsabilidad es la clave. Las autoridades deben responder, sí, pero también la sociedad debe actuar. Denunciar, acompañar, exigir y construir redes de cuidado son tareas colectivas. Como concluyó la académica, no basta con indignarse, es necesario implicarse. Porque si una infancia es arrebatada por la explotación, es toda la sociedad la que se empobrece.