Activistas alertan que no hay infraestructura ni protocolos para contener la crisis emocional entre extranjeros varados en la entidad
CARLOS RUIZ/PORTAVOZ
Chiapas atraviesa una emergencia silenciosa. Organizaciones civiles reportaron que los trastornos mentales entre personas migrantes aumentaron un 50 por ciento en Tapachula durante el primer trimestre de 2025, comparado con el mismo periodo de 2023. Este repunte no se vincula a una sola causa, sino a una cadena de violencias acumuladas: exclusión, hambre, falta de techo y políticas migratorias que cambian sin advertencia.
En 2022, clínicas independientes en Tapachula atendían un promedio de 40 casos mensuales por ansiedad y depresión en migrantes. Hoy esa cifra ronda los 90, y al menos el 60 por ciento de los pacientes son mujeres. A este ritmo, las proyecciones para finales de 2025 indican que los casos podrían duplicarse. En contraste, la infraestructura de salud mental en la región sigue intacta desde 2015, sin nuevas clínicas, sin presupuesto adicional y sin personal capacitado.
El endurecimiento de las políticas en Estados Unidos ha deteriorado las condiciones emocionales de las personas en tránsito. La mayoría lleva meses atrapada en Chiapas, expuesta a una rutina de rechazo institucional y desamparo. La salud mental se convierte así en una frontera más,invisible, pero decisiva. No hay refugios ni atención psicológica suficiente.
Organizaciones como Médicos Sin Fronteras revelaron que el 38 por ciento de los migrantes atendidos en Chiapas en 2025 sufrieron violencia extrema, frente al 23 por ciento en 2021. La Fundación Chiapaneca de Mujeres Migrantes (Chimumi) ha alertado sobre un aumento alarmante de trastornos esquizofrénicos y depresión profunda, muchos de ellos vinculados al aislamiento prolongado y a la falta total de condiciones mínimas para subsistir.
Este deterioro no es nuevo, pero sí más severo. Mientras Chiapas continúa recibiendo decenas de miles de personas al mes, el colapso emocional se extiende. No hay estadísticas nacionales actualizadas que midan este fenómeno con seriedad. Mientras tanto, quienes huyen de una guerra o de un régimen también deben huir de sí mismos. La salud mental se ha vuelto la última herida de la migración forzada.