La pandemia dejó secuelas profundas, pero la falta de continuidad escolar impide avanzar en la recuperación
IVÁN LÓPEZ/PORTAVOZ
FOTO: ALEJANDRO LÓPEZ
El sistema educativo básico en Chiapas enfrenta una erosión constante. Lo que debería ser un calendario escolar funcional se ha convertido en una serie de interrupciones. Paros de docentes y puentes vacacionales encadenados han costado mucho más que días perdidos, ocasionaron la degradación de la capacidad de aprendizaje de toda una generación.
Especialistas en docencia estiman que el rezago alcanza ya un 20 por ciento del rendimiento escolar esperado. Niños que deberían dominar operaciones básicas llegan a sexto grado sin comprender la multiplicación o sin poder leer con fluidez. Las aulas están llenas, pero el aprendizaje se ha vaciado. Cada suspensión es una brecha más en la formación de los estudiantes.
El problema es doble, no solo se pierden horas clave de instrucción, sino también el acompañamiento pedagógico. La asesoría directa del maestro, que durante años ha sido pilar del proceso educativo, ha sido desplazada por la inestabilidad del calendario. Las clases esporádicas y mal planificadas no permiten recuperar lo perdido ni avanzar con solidez.
La herida original viene desde la pandemia, cuando miles de alumnos dejaron de aprender durante casi dos años. Sin embargo, lo que parecía una etapa temporal se ha convertido en una nueva normalidad, donde la rutina escolar ha dejado de existir. El rezago ya no es una consecuencia de emergencia, sino el producto de una negligencia estructural.A esta altura, muchos niños han normalizado no aprender, como si fuera parte del ciclo. Y lo más grave es que no hay un plan concreto para revertir esta situación
En lugar de soluciones, se repite el ciclo de ausencias. Mientras las autoridades no logren estabilizar el ciclo escolar y replantear la relación con el magisterio, miles de niñas y niños pagarán el precio más alto, el de una educación fragmentada, que compromete su futuro desde las bases.