Con herramientas básicas, pobladores rehabilitan caminos y cunetas para evitar afectaciones mayores durante la temporada de lluvias
CARLOS RUIZ/PORTAVOZ
FOTO: ALEJANDRO LÓPEZ
En Huixtla, el olvido institucional ha dejado a comunidades como la colonia Montenegro dependiendo de su propia voluntad. Sin maquinaria ni respaldo técnico, sus habitantes decidieron este fin de semana intervenir con palas y picos los accesos a su localidad, convencidos de que esperar soluciones desde Gobierno solo significa exponerse a nuevos riesgos durante la temporada de lluvias. Lo que para muchos es una obligación pública, para ellos se ha vuelto una rutina de supervivencia.
El deterioro de los caminos, agravado por las lluvias, no es nuevo en Chiapas. De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), más del 38 por ciento de las vialidades rurales del estado presentan afectaciones graves y no han recibido mantenimiento en los últimos cinco años. En este contexto, el esfuerzo comunitario cobra un sentido más amplio, no solo es una acción preventiva, sino una forma de resistencia ante la negligencia.
Además de reparar cunetas, los pobladores enfrentan otro peligro latente, un puente en malas condiciones que los deja parcialmente incomunicados. La estructura, cercana al domo comunitario, amenaza con colapsar sin previo aviso. Esta situación no es aislada. En la entidad, más de 190 puentes presentan afectaciones estructurales sin atención prioritaria, según un informe reciente de la Secretaría de Infraestructura estatal.
Mientras tanto, las obras para reconstruir el puente del río “Cuil” avanzan con una lentitud desconcertante. Demolido desde hace un año, los habitantes han tenido que improvisar un paso provisional. Aunque existe una empresa asignada a la obra, los avances son mínimos. Esto refleja una de las grandes deudas de las administraciones locales, más del 60por ciento de los proyectos de rehabilitación de caminos y puentes en zonas rurales de la comarca se encuentran inconclusos o abandonados.
El caso de Montenegro no es un hecho aislado, sino un espejo de cientos de comunidades que han optado por el camino de la autogestión. Ante la falta de respuesta gubernamental, los pobladores entienden que la única forma de asegurar su movilidad, y en muchos casos su seguridad, es organizándose entre ellos. No exigen privilegios, sino lo mínimo, infraestructura que les garantice acceso y una vida digna.