La dispersión territorial y falta de incentivos impiden que médicos especialistas lleguen a zonas rurales
IVÁN LÓPEZ/PORTAVOZ
En Chiapas, hablar de salud pública es hablar de desigualdad. A pesar de los esfuerzos institucionales por ampliar la cobertura médica, más de 4.9 millones de chiapanecos aún viven sin acceso a servicios de salud. Las cifras no solo revelaron una brecha, sino una urgencia, el estado es la entidad con el mayor porcentaje de población sin afiliación médica, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), con un alarmante 66.5 por ciento en esta condición.
El problema es estructural y geográfico. En municipios como Soyaló o Cintalapa, acceder a atención especializada implica recorrer horas de camino y, muchas veces, costear gastos imposibles para familias que sobreviven con lo mínimo. Las clínicas locales, cuando existen, carecen de personal, medicinas o instrumental adecuado. Por eso, mujeres embarazadas y pacientes con enfermedades crónicas deben trasladarse a Tuxtla Gutiérrez o a otras ciudades intermedias, a veces en condiciones de urgencia.
A nivel nacional, la comarca también presenta los peores indicadores en disponibilidad de médicos especialistas, apenas hay 0.45 por cada mil habitantes, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda al menos uno. No es casualidad que 35 de sus municipios estén catalogados por la Secretaría de Salud como de alta marginación médica. A esta crisis se suma un dato revelador, el 53 por ciento de las unidades de salud en la entidad no cuenta con equipo para realizar estudios básicos como ultrasonidos o análisis clínicos.
El fenómeno no es solo de infraestructura, también es humano. La dispersión territorial, la falta de condiciones básicas y la violencia en algunas zonas inhiben la llegada de médicos. Jóvenes pasantes o egresados prefieren evitar el internamiento en comunidades sin servicios públicos, donde se exponen a riesgos y al olvido institucional.
Frente a este panorama, la llamada a “salir al territorio” se ha convertido en un clamor entre quienes aún creen en la medicina con sentido social. El reto no es solo técnico ni presupuestal, es moral, garantizar el derecho a la salud en la región exige que los gobiernos renuncien a la comodidad del centro y devuelvan la dignidad a la periferia. Porque una región donde nacer, enfermarse o envejecer depende del azar geográfico, es una región sin justicia.