Gilberto de los Santos Cruz
“Los disparos resonaron aquella tarde en la Plaza de las Tres Culturas. El aire se llenó de gritos, de confusión, de miedo. Lo que comenzó como una concentración pacífica terminó en masacre. México entero escuchó los ecos de las balas del 2 de octubre de 1968, y desde entonces, cada año, la memoria colectiva repite con firmeza: ¡2 de octubre no se olvida!”.
El 2 de octubre no es una fecha más en el calendario: es una herida abierta en la historia de México. Aquella tarde, en Tlatelolco, miles de estudiantes, maestros, familias y simpatizantes se congregaron en una manifestación pacífica para exigir diálogo y libertades democráticas. Lo que recibieron fue represión, un despliegue de tropas y el fuego de rifles y metralletas que marcaron para siempre la vida nacional.
EL CONTEXTO DE 1968
La década de los 60 estuvo marcada por la esperanza y la rebeldía. A nivel mundial, la juventud exigía cambios: en París, en Praga, en Estados Unidos, en Latinoamérica. México no fue la excepción. El movimiento estudiantil que emergió en julio de 1968 no era un simple levantamiento juvenil; era una lucha organizada que cuestionaba la falta de democracia, la represión gubernamental y la injusticia social.
Los estudiantes exigían libertades básicas: la derogación del delito de disolución social, la libertad de los presos políticos, la desaparición de cuerpos represivos como los granaderos, y la destitución de autoridades acusadas de violencia. En pocas palabras, pedían un país con democracia real y respeto a los derechos humanos.
El Gobierno, encabezado entonces por Gustavo Díaz Ordaz, respondió con violencia. A pocos días de que México inaugurara los Juegos Olímpicos, la protesta estudiantil era vista como una amenaza a la imagen internacional del país. Se tomó la decisión de sofocar el movimiento, cueste lo que cueste.
LA MASACRE EN TLATELOLCO
La tarde del 2 de octubre, miles de personas se reunieron en la Plaza de las Tres Culturas. Jóvenes, madres con hijos, vecinos, maestros. La cita era pacífica, pero alrededor de la plaza el Ejército y el Batallón Olimpia tenían ya todo preparado.
De repente, luces de bengala iluminaron el cielo y comenzó el fuego. Los estudiantes, desarmados, corrieron para salvarse, pero los disparos no se detuvieron. Muchos cayeron en las escaleras, otros se refugiaron en los edificios cercanos, otros desaparecieron. Hasta hoy, no existe una cifra oficial: se habla de decenas, quizá centenares de muertos, además de cientos de detenidos y desaparecidos.
Lo que quedó claro fue que el Estado mexicano había cometido un crimen de lesa humanidad. La herida del 68 se convirtió en un símbolo de la lucha contra el autoritarismo.
“2 DE OCTUBRE NO SE OLVIDA”
Desde entonces, la consigna ha trascendido generaciones. Cada año, en la Ciudad de México y en distintas partes del país, miles marchan para recordar a los caídos y exigir justicia.
El 2 de octubre es recordado no solo como una tragedia, sino como un parteaguas en la vida política de México: fue el despertar de una conciencia crítica nacional, la confirmación de que las libertades democráticas solo se conquistan con lucha y resistencia.
EL ECO DEL 68 EN CHIAPAS
Aunque la masacre ocurrió en la capital, su impacto no se quedó ahí. En Chiapas, las normales rurales, las universidades y diversas instituciones educativas han mantenido viva la memoria del 2 de octubre.
En ciudades como San Cristóbal de Las Casas y Tuxtla Gutiérrez, cada año estudiantes realizan marchas, pintas, actos culturales y foros para recordar aquel día. Las generaciones jóvenes, aunque no vivieron el 68, lo hacen suyo como un ejemplo de dignidad y resistencia.
Para las escuelas chiapanecas, hablar del 2 de octubre significa mucho más que repasar una lección de historia: es un llamado a la reflexión sobre el papel de la juventud, la importancia de la organización estudiantil y la necesidad de defender los derechos democráticos.
En las aulas, esta memoria se ha transformado en enseñanza viva: recordar a los estudiantes del 68 es también reconocerse en sus demandas, muchas de las cuales educación digna, libertad de expresión, justicia social siguen vigentes en el presente.
CONCLUSIÓN
El 2 de octubre de 1968 fue un día de dolor, pero también de dignidad. Los estudiantes que cayeron en Tlatelolco no murieron en vano: su sangre abrió un camino de conciencia y memoria que sigue vivo.
En Chiapas, donde las luchas sociales y educativas forman parte del día a día, recordar esta fecha es también una forma de exigir justicia y de fortalecer la voz de las escuelas como espacios de libertad y democracia.
Porque la historia enseña, y la memoria advierte: el 2 de octubre no se olvida, y no debe repetirse jamás.