Ramón Alfonso Sallard
Este domingo, la oposición de derecha, disfrazada de sociedad civil, realizó un mitin en el Zócalo
de la Ciudad de México “en defensa de la democracia”. Es la segunda ocasión –la primera vez fue
“en defensa del INE” – que logra copar ese espacio público, lo cual no es un dato menor. El evento
fue replicado en varias ciudades del país con asistencia diversa. En cada entidad, el número estuvo
directamente relacionado con la fortaleza o debilidad de las organizaciones que integran la alianza
opositora.
En el Zócalo, Lorenzo Córdova, expresidente del INE, llamó a detener las reformas constitucionales
propuestas por AMLO, porque, a su consideración, constituyen un retroceso autoritario. La
conclusión del sedicente demócrata es digna del más rancio positivismo jurídico de entreguerras:
la ley es la ley (la actual) y se tiene que cumplir. Por el contenido y el tono del mensaje, por los
organizadores del evento y por los perfiles de quienes estuvieron en el templete, sólo puede
agregarse –parafraseando a Jorge Luis Borges–: a la marea rosa no la une el amor, sino el espanto.
El domingo también, Claudia Sheinbaum solicitó su registro ante el Instituto Nacional Electoral
(INE) como candidata de la coalición “Sigamos haciendo historia”. En el evento dijo tener la
certeza de que México “se dirige a ser una potencia económica y de bienestar” y presentó los 15
principios generales de lo que sería su Gobierno. También criticó:
“Resulta importante, y más aquí en este recinto, señalar la falsedad e hipocresía de aquellos que
hablan o marchan por la democracia cuando, en su momento, promovieron fraudes electorales, o
nunca vieron la compra de votos, o se les olvidó respetar a los pueblos indígenas, promoviendo la
discriminación y el clasismo”.
Según la metáfora de Borges, espanto es lo que genera el adefesio denominado “Fuerza y corazón
por México”, constituido por tres organizaciones que individualmente compiten por el
desprestigio mayor, pero que, en conjunto, producen todavía más repulsión. He ahí la necesidad
de confeccionar un rostro más agradable a ese ente deforme.
El Minotauro de Borges –un ser mitológico con cuerpo de hombre y cabeza de toro—, que aparece
en su cuento “El Aleph”, vive encerrado en el Laberinto de Creta. Aunque detesta su aislamiento y
anhela el contacto humano, reconoce que su apariencia espantosa lo aleja de los demás.
Sucede lo mismo con la oposición: vive atrapada en el laberinto de las redes sociales. Aunque
acepta que ese no es el mundo real y anhela el contacto directo con sus potenciales votantes, sabe
que solamente puede hacerlo con una máscara que oculte su verdadero rostro, porque de otra
manera repelería a quienes busca atraer.
La frase “no los unía el amor, sino el espanto” que Borges utiliza, no se agota en la apariencia física
del Minotauro, sino que también describe su naturaleza monstruosa y la aversión que inspira en
los demás. El Minotauro es consciente de que su diferencia lo hace inelegible para el amor, y que
solo puede despertar miedo y repugnancia.
En el proceso de construcción del ente tricéfalo opositor, el gerente designado por la oligarquía,
Claudio X. González, mostró el camino a seguir. Según confesó ante empresarios en alguna de las
primeras reuniones grupales, los partidos PRI, PAN y PRD le daban asquito, pero resultaba
necesario contener la náusea porque era lo que había. Si lograban cambiar, o por lo menos ocultar
la naturaleza del monstruo, entonces tendrían la posibilidad de contener la “deriva autoritaria”.
Esa es la función de la marea rosa, a cuyos adherentes tampoco los une el amor por la causa que
dicen defender –la democracia– sino el espanto de ver destruido el mundo de certezas y
aspiraciones en el que se desenvolvían, y que la 4T ha ido desmontando pieza a pieza durante este
sexenio.
¿Entonces la meritocracia es una falacia? ¿La respuesta no está en uno mismo, sino en la
intervención del Estado para distribuir mejor la riqueza que se genera? ¿La política ya no es una
cuestión de élites? ¿El pueblo sí existe y es capaz de elegir lo que más le conviene? ¿El voto de un
indigente vale lo mismo que el de Ricardo Salinas Pliego, referente moral del echeleganismo?
¿Cómo que igualar a los desiguales?
Lo que Lorenzo Córdova y sus patrocinadores defienden es un modelo político-electoral ideado
por Ernesto Zedillo en 1996, basado en el dinero, con gran semejanza al sistema estadounidense.
Es cierto que a la reforma original, presentada en su momento como “la definitiva”, se le han
hecho diversas correcciones y adiciones en los años subsecuentes, pero su esencia prevalece hasta
la fecha.
La premisa del entonces presidente era que, si el Estado proveía los recursos necesarios para que
los partidos políticos ejercieran su función, las organizaciones y los candidatos no tendrían
necesidad de recurrir a financiamiento ilegal. Entonces ya asomaba la mano del narco en algunas
campañas. El tiempo demostró que la premisa de Zedillo era errónea.
Del modelo aludido y del grupo que tomó el control del órgano electoral como si de un feudo se
tratara, será la columna de mañana.