Los indocumentados se sienten atrapados en un ciclo de espera y promesas incumplidas por parte de autoridades mexicanas
ARGENIS ESQUIPULAS/PORTAVOZ
En un escenario marcado por las elecciones en Estados Unidos, miles de migrantes partieron este martes en una caravana desde la frontera sur de México con un llamado urgente para que no se endurezcan aún más las políticas migratorias en el país del norte. Conformada por hombres, mujeres y niños provenientes de diversas naciones, la caravana “Niño Jesús” partió en la madrugada desde Tapachula, buscando llegar a la Ciudad de México y llamar la atención sobre su situación y el incierto destino que podrían enfrentar según el rumbo político que adopte EE.UU.
“La mayoría de las personas que estamos saliendo de Tapachula tenemos miedo de que gane (el candidato republicano) Donald Trump, quien ha prometido restringir aún más el ingreso de migrantes a Estados Unidos”, declaró Ehison Díaz, migrante venezolano. “Si te pones a ver, nosotros somos una clase obrera que estamos dispuestos a trabajar y que necesitamos que nos brinden una oportunidad”, señaló.
Muchos de los migrantes expresan su preocupación por la posible victoria del exmandatario Donald Trump, quien durante su mandato implementó políticas migratorias restrictivas, entre ellas la separación de familias y la detención prolongada en centros de inmigración. Si Trump o un candidato con políticas similares regresa a la Casa Blanca, temen que las restricciones se endurezcan aún más. Con este contexto, el grupo tomó la decisión de abandonar Tapachula y dirigirse hacia la capital del país para evitar una permanencia prolongada en México.
La caravana comenzó su marcha alrededor de las 06:00 de la mañana (12:00 GMT), moviéndose lentamente, pero con determinación. Al pasar el primer retén en el Ejido Viva México, un contingente de migrantes alzó la voz para pedir a las autoridades mexicanas que faciliten su tránsito en el país. “¡Queremos papeles! ¡Queremos papeles! ¡Hagan su trabajo, no sean injustos!”, exclamaron los migrantes, mientras un agente de migración respondía con un altavoz, instándolos a caminar con precaución.
La escena de cientos de migrantes avanzando bajo la protección de una manta blanca con las letras rojas que decían “No más sangre migrante” reflejó el temor y la resistencia de aquellos que huyen de la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades en sus países de origen. Nelson Mejía, un hondureño que portaba una imagen de la Virgen de Guadalupe, pidió solidaridad al pueblo mexicano: “Salimos en caravana hoy, 5 de noviembre, porque las elecciones y las votaciones en EE. UU. ya se acercan, y queremos adelantarnos para no enfrentarnos a las políticas de Trump, quien ha sido racista con nosotros”.
Muchos de los migrantes se sienten atrapados en un ciclo de espera y promesas incumplidas por parte de las autoridades mexicanas. Según comentaron algunos, llevan meses esperando un permiso de tránsito que les permita avanzar sin temor a ser detenidos. “Es una mentira”, dijo Mejía, “hay gente que lleva hasta 10 meses aquí esperando sus papeles, y mientras tanto estamos atrapados”.
El fenómeno migratorio en la frontera sur de México ha sido monitoreado por activistas y observadores, entre ellos Luis Rey García Villagrán, quien estima que unos dos mil 500 migrantes partieron en esta caravana. Este número fue aumentando a medida que otros migrantes de países como China, Perú, Ecuador, Venezuela, Colombia, Honduras, El Salvador, Guatemala y Haití se sumaron al grupo en el transcurso de la marcha.
La caravana, que ha llamado la atención de las autoridades mexicanas, avanza bajo la vigilancia de un fuerte despliegue de seguridad y personal de rescate y paramédicos, quienes supervisan el trayecto para documentar la salida y atender cualquier emergencia. La ruta hacia el norte está plagada de desafíos: condiciones climáticas adversas, amenazas de violencia y la constante posibilidad de enfrentamientos con las autoridades migratorias mexicanas.
Mientras la caravana avanzaba en Tapachula, otro grupo de aproximadamente 300 migrantes de diversas nacionalidades emprendió su propio viaje desde Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, rumbo a Arriaga, con la esperanza de acercarse a la frontera norte de México. Este grupo de migrantes, en su mayoría mujeres y niños, decidió movilizarse tras la cancelación de una marcha mayor que inicialmente contaba con alrededor de mil 500 personas.
Organizaciones de derechos humanos advierten que estas caravanas están expuestas a múltiples riesgos, desde enfrentamientos con fuerzas de seguridad hasta la falta de acceso a servicios básicos. Los migrantes de Tuxtla Gutiérrez, al igual que sus compañeros en Tapachula, anhelan una oportunidad de transitar con libertad por México y, eventualmente, alcanzar su destino final en los Estados Unidos.
A pesar del espíritu de resistencia, el trayecto hacia el norte de México está lleno de incertidumbre para aquellos que arriesgan todo por alcanzar una vida mejor. Las políticas migratorias de Estados Unidos, combinadas con los desafíos de tránsito en México, representan un obstáculo constante. Los migrantes que partieron de Tapachula y Tuxtla Gutiérrez ven en esta marcha una oportunidad para expresar su demanda de justicia y solidaridad.
La situación migratoria en la frontera sur de México ha alcanzado niveles críticos, y la capacidad de respuesta de las autoridades se ha visto limitada. Con la infraestructura colapsada en muchos puntos de tránsito y la falta de recursos para atender a la creciente población migrante, la frontera sur de México se encuentra en una encrucijada, exigiendo soluciones que reconozcan la dignidad y los derechos humanos de quienes se ven obligados a migrar.
A lo largo del trayecto, los migrantes encuentran apoyo en algunas comunidades y organizaciones locales, que les ofrecen comida, agua y asistencia médica en medio de sus difíciles condiciones. Sin embargo, el apoyo es insuficiente ante el gran número de personas que continúan sumándose a las caravanas, lo que representa un desafío tanto para las autoridades mexicanas como para la sociedad civil.
Conforme la caravana avanza, sus integrantes siguen elevando una oración para que su travesía no termine en un regreso forzoso o en situaciones de abuso. La esperanza de miles de migrantes se enfoca ahora en la posibilidad de que la comunidad internacional y los países de destino, incluyendo Estados Unidos, reconsideren sus políticas y brinden un trato digno a quienes buscan una vida mejor.
La marcha hacia el norte continúa, y cada paso de esta caravana es un recordatorio de la realidad que enfrentan aquellos que se ven obligados a huir. Frente a un panorama de incertidumbre y con el temor de un endurecimiento en las políticas migratorias, la voz de los migrantes resuena: “Queremos papeles, queremos justicia, queremos una vida digna”.
México enfrenta una crisis migratoria sin precedentes, con un flujo constante de personas desplazadas que siguen llegando al país cada día. Miles de migrantes en condiciones de vulnerabilidad atraviesan la nación en busca de mejores oportunidades, seguridad y un nuevo comienzo lejos de la violencia, pobreza y conflictos que azotan sus lugares de origen. Según el Comité Internacional de Rescate (IRC, por sus siglas en inglés), entre enero y julio de 2024, se registraron más de 700 mil detenciones de personas en movimiento, reflejando la magnitud del fenómeno y la presión que genera en el sistema de atención y en las comunidades mexicanas.
Este flujo migratorio masivo ha mostrado un incremento sin precedentes. La Unidad de Política Migratoria del Gobierno de México ha informado de un aumento del 193 por ciento interanual en la migración irregular a través del país, alcanzando un récord de más de 712 mil personas en 2024. Este notable incremento tiene múltiples implicaciones: desde la saturación de albergues y recursos de atención, hasta la intensificación de las labores de las autoridades migratorias y de seguridad que intentan gestionar el fenómeno.
La crisis migratoria actual es el resultado de una compleja interacción de factores que impulsa a las personas a abandonar sus países de origen. Entre los elementos principales se encuentran la inestabilidad política, el cambio climático, la falta de oportunidades económicas, la violencia de pandillas y conflictos armados en Centroamérica, el Caribe y algunas naciones de Sudamérica. La situación económica y la inseguridad en países como Venezuela, Haití, Honduras, El Salvador y Guatemala han generado olas de desplazados que ven a México como una ruta hacia los Estados Unidos o incluso como un destino temporal o permanente en su búsqueda de estabilidad.
El aumento en la llegada de migrantes y solicitantes de asilo a México ha presionado significativamente los recursos de las comunidades fronterizas y otras ciudades estratégicas a lo largo de las rutas migratorias. En estados como Chiapas, Tabasco y Veracruz, así como en ciudades del norte como Ciudad Juárez y Tijuana, los albergues de migrantes están operando a su máxima capacidad y con limitaciones de recursos para brindar condiciones dignas a quienes llegan en busca de refugio y seguridad.
Organizaciones no gubernamentales e instituciones de apoyo humanitario, como el IRC, han intensificado sus esfuerzos en la zona para atender las necesidades básicas de los migrantes, ofreciendo servicios médicos, apoyo psicológico y asesoría legal. Sin embargo, la demanda supera con creces los recursos disponibles, y la sobrecarga de trabajo en estos centros ha generado preocupaciones sobre la capacidad de México para atender de manera efectiva las necesidades de una población migrante en crecimiento continuo.
El Gobierno de México, a través del Instituto Nacional de Migración (INM) y en colaboración con la Unidad de Política Migratoria, ha implementado políticas para regular y controlar el flujo migratorio. Estas medidas incluyen el fortalecimiento de controles en puntos estratégicos y la intensificación de operativos en las rutas más transitadas. Sin embargo, el número creciente de personas en tránsito ha planteado nuevos desafíos a las capacidades de respuesta del INM, y el aumento en las detenciones muestra las limitaciones de los esfuerzos de control migratorio frente a una crisis de tal magnitud.
Ante este panorama, organizaciones internacionales, incluidos organismos de la ONU como el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), han instado a la comunidad internacional a aumentar el apoyo a México en términos de recursos y asistencia técnica. También se han promovido esfuerzos para desarrollar un enfoque regional que permita una gestión compartida de la crisis migratoria, con el fin de reducir la presión en países de tránsito como México.
Con la tendencia actual y la proyección de condiciones en los países de origen, se espera que el flujo de migrantes y desplazados hacia México continúe en aumento durante los próximos años. La situación exige una estrategia coordinada que incluya tanto el fortalecimiento de los sistemas de protección y asistencia en México, como la colaboración de naciones vecinas para implementar soluciones de fondo en los países de origen de los migrantes.
En conclusión, la crisis migratoria en México refleja una problemática estructural y regional que afecta a millones de personas en busca de seguridad y estabilidad. El incremento en las detenciones y el flujo masivo de migrantes requieren una atención urgente que permita responder a las necesidades humanitarias y de protección de los desplazados, y que, además, contribuya a desarrollar políticas que aborden las causas subyacentes de la migración forzada en la región.