La falta de infraestructura básica limita el desarrollo agrícola y condena al abandono a cientos de familias campesinas
IVÁN LÓPEZ/PORTAVOZ
FOTO: ALEJANDRO LÓPEZ
En las comunidades rurales del Soconusco, sacar la cosecha se convierte cada año en una batalla contra el lodo. No se trata de un problema reciente, sino de una herida abierta desde hace más de cuatro décadas. Las rutas para transportar café, maíz o plátano siguen intransitables. Las promesas de caminos llegan con cada administración y se van con la siguiente. El abandono institucional ya es parte del paisaje.
La marginación no ocurre por accidente, sino por omisión planificada. Mientras los presupuestos se reparten en obras visibles desde el centro, las rutas agrícolas siguen en espera. Las autoridades locales deciden qué construir, pero no siempre escuchan a quienes más lo necesitan. Comités comunitarios quedan al margen, desplazados por intereses políticos. La planeación, lejos de ser técnica, ha sido desigual.
La carencia de caminos afecta más que la movilidad: compromete el ingreso de cientos de familias. En el momento que el acceso falla, los productos no salen o lo hacen con pérdidas. A veces, los costos de transporte duplican lo que vale el producto. Sin rutas seguras, el esfuerzo campesino se devalúa en cada jornada. Y con ello, se reproduce el ciclo de pobreza en la región.
Los campesinos han resistido sin herramientas, sin apoyo, sin infraestructura básica. Lo que piden no es caridad, sino justicia presupuestal. Quieren ser escuchados por sus propios gobiernos, incluidos en las decisiones que definen su futuro. Las comunidades saben lo que necesitan. Lo que falta es voluntad para atender lo urgente: caminos funcionales, dignos y duraderos.
La rehabilitación de rutas agrícolas no es un lujo, es una condición para que el campo sobreviva. El rezago de décadas debe dejar de ser la norma. Es hora de que el desarrollo comience donde más se ha postergado. Porque sin caminos, no hay salida; y sin salida, no hay futuro para el Soconusco rural.