Por José Luis Castillejos
A veces la literatura es un espejo pulido y otras una trinchera. En el caso de Mario Vargas Llosa, fue ambas cosas: una forma de buscar la libertad y también de interrogarla. Desde sus primeras novelas —esas donde el Perú ardía como un mapa de pasiones rotas— hasta los textos más recientes, su obra fue un pulso constante entre la imaginación y la historia, entre la belleza de las palabras y la crudeza del mundo.
Nacido en Arequipa en 1936 y fallecido en 2025, Vargas Llosa cerró un ciclo que lo consagra como uno de los narradores fundamentales del siglo XX y comienzos del XXI. Como Octavio Paz —que nos dejó en 1998— y Mario Benedetti —que partió en 2009—, su muerte marca el fin de una era en la que la literatura hispanoamericana respiraba desde la entraña política y estética del continente.
Desde La ciudad y los perros, novela inaugural de su fulgurante trayectoria, dinamitó la narrativa costumbrista peruana. Luego llegaron La casa verde, Conversación en La Catedral, Pantaleón y las visitadoras, y una de sus obras más feroces: La fiesta del Chivo. En cada libro se enfrentó a los entresijos del poder, al delirio de los dictadores, al erotismo y a las derrotas íntimas de los hombres. Su prosa, precisa y polifónica, exploró con igual intensidad la violencia y la ternura.
Fue, además, un intelectual inquieto. Su candidatura presidencial en 1990 no fue un capricho, sino la consecuencia de una vida convencida de que la democracia también se construye con ideas. Pese a perder las elecciones, nunca abandonó la trinchera del pensamiento crítico.
Al igual que Octavio Paz, entendió que la palabra puede ser un acto de revelación. Como Benedetti, supo que la ternura no está reñida con la resistencia. Y como él mismo, se convirtió en un escritor universal sin dejar de ser un peruano inclaudicable.
Su partida no borra su voz: la multiplica. Vargas Llosa ya no camina entre nosotros, pero su obra respira, late, interpela. Quien lo lea, lo oirá —como un eco firme— preguntarse una y otra vez: “¿En qué momento se jodió el Perú?”
Y con esa pregunta, arrastrará también las nuestras.