Sarelly Martínez Mendoza
Con Yo, Maximiliano. El sueño del colibrí, (Tifón, 2025), Juan Carlos Cal y Mayor abre un nuevo capítulo en su trayectoria con un afortunado experimento de la narrativa de ficción.
Como pensador liberal, y fue un militante crítico dentro del PAN, además de servidor público, su manera de analizar los acontecimientos parte de una mirada alternativa, como la novela histórica: la del “así pudo haber sido”.
La narrativa histórica de ficción nos permite explorar otras posibilidades de la historia; ofrece relecturas sobre personajes polémicos, muchas veces tratados con excesiva dureza, o incluso con injusticia.
Maximiliano es, en este libro, un hombre atrapado por sus propios sueños y por los enredos de un México que buscaba constituirse como República federalista. Aunque, sabemos bien, aquellos ideales por los que lucharon nuestros antepasados han terminado, con el tiempo, en un Estado centralizador.
El emperador, y esto no lo elude Juan Carlos, era una figura compleja y contradictoria: bastante ingenuo, pero también valiente, y profundamente enamorado de esta patria que creyó suya, convencido de que sus habitantes lo aclamarían como emperador propio.
En Yo, Maximiliano se celebra la palabra, la imaginación y la crítica histórica. Porque en todo acontecimiento hay una versión: la de los triunfadores. La otra, la de los vencidos, se relega, se olvida o se condena.
Juan Carlos Cal y Mayor no solo nos presenta la cara oculta de Maximiliano; lo hace con los mejores recursos de la narrativa de ficción. Y, contra lo que pudiera suponerse, no es complaciente con el emperador. Es, como nos enseñan los grandes escritores, un narrador que empuña la sospecha como su herramienta más poderosa.
Este libro es un largo poema dedicado a la pareja del Segundo Imperio, pero construido desde la argumentación, desde la razón narrativa, desde una historia alternativa.
Sospechar, incluso en el discurso literario o ensayístico,sigue siendo un acto arriesgado. Pero hay historiadores y escritores, que han sabido acercarse a los personajes históricos desde su dimensión más humana. Juan Carlos sigue esa ruta, esa cruzada por contarnos las otras historias: las que no se escribieron, las que apenas se susurraron.
Porque hay que contar también la historia alternativa: la de los odiados, los condenados, los soñadores y los fracasados, los vencidos cuyas voces fueron silenciadas o sustituidas. Y Juan Carlos es muy claro al respecto: “No escribo, dice, para reivindicar causas perdidas, sino para alumbrar silencios. Para que la historia, tan dada a la estridencia de los vencedores, escuche también el suave murmullo de los que cayeron de pie” (p. 15).
No se trata de admirar a estos personajes proscritos por la historia oficial, sino de comprenderlos. Y eso es lo que busca este libro.
Desde la primera página nos adentramos en una historia que sabemos trágica, y que va acentuándose conforme avanzan los acontecimientos y se desmorona el imperio.
Juan Carlos no es solo un escritor notable, es también un ensayista con mirada crítica. Y muchos teóricos de la historia y la sociología coincidirían con él cuando afirma: “Maximiliano, en el fondo, lo entendía. Sabía que un país no se domina desde las cúpulas, sino desde sus márgenes. Y México, ese México real, se le escapaba entre los dedos” (p. 59). Y sí, hoy nuestra realidad sigue estando en los márgenes, en esas fronteras grisáceas y porosas.
En esta tragedia se encarna también una rivalidad por el país: la de un indígena y la de un europeo. Así lo describe Juan Carlos: “Juárez y Maximiliano no llegaron a conocerse en persona. Pero fueron antagonistas perfectos. Uno, indígena zapoteca, jurista austero, defensor de las instituciones. El otro, príncipe europeo, romántico, creyente en la armonía entre monarquía y modernidad. Ambos fueron hombres de convicción. Ambos pensaban que encarnaban el futuro de México” (p. 81).
El libro tiene dos partes: una de valoración histórica, titulada El retrato; y otra, más íntima y literaria, llamada Autobiografía imaginaria, que da voz al propio Maximiliano. Dicen que los monarcas no deben escribir sus autobiografías, pero Juan Carlos rompe con ese precepto y nos entrega una confesión poética en prosa: una introspección donde Maximiliano revela sus sueños de colibrí y su amor por Carlota.
“Gobernar, dice Maximiliano en estas páginas, no fue suficiente. Quise corregir. Y eso, para muchos, fue imperdonable” (p. 133).
Estamos, sin duda, ante una novela, un ensayo, un largo poema, una biografía, un libro de historia. Todo cabe en este magnífico texto escrito por Juan Carlos Cal y Mayor Franco: una voz que habla desde los márgenes, desde la sospecha, tan necesaria hoy, cuando tantas certezas se han derrumbado.