Advierten que el clima de violencia actual es incluso más peligroso que en los años de la masacre
ARGENIS ESQUIPULAS/PORTAVOZ
En la montaña tsotsil de Los Altos de Chiapas, las lluvias tímidas marcan el inicio del ciclo agrícola, pero también del espiritual. La tierra se abre no solo para recibir la semilla del maíz y el frijol, sino para sembrar, una vez más, la memoria viva de 45 mártires que cayeron en Acteal el 22 de diciembre de 1997.
La Organización Sociedad Civil Las Abejas de Acteal no ha permitido que la masacre caiga en el olvido. A más de 27 años de aquellos hechos, la justicia aún se les niega. Y la impunidad, lejos de disolverse, se ha transformado en nuevas formas de violencia y amenazas.
La Masacre de Acteal no fue un hecho aislado, ni producto de un conflicto intercomunitario como lo han querido presentar diversas voces del Estado. Fue un crimen de Estado, ejecutado por paramilitares armados con rifles de uso exclusivo del Ejército mexicano mientras las víctimas —mujeres, hombres, ancianos y 18 niños— oraban en un refugio improvisado. Los testimonios de los sobrevivientes y las investigaciones independientes apuntan a que el crimen fue cometido en el marco del Plan de Campaña Chiapas 94, diseñado para contrarrestar el avance del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), pero cuyas acciones acabaron siendo dirigidas contra civiles desarmados.
En el trasfondo de esta masacre, se hallan los ecos de otras tragedias: Aguas Blancas (1995), El Charco (1998), El Bosque (1998). Todas bajo el mandato de Ernesto Zedillo Ponce de León, entonces presidente de México. La reciente visita de Zedillo al país ha reavivado el dolor y la indignación de las comunidades víctimas de estas políticas represivas. “¿A qué vino Zedillo con las manos manchadas de sangre? ¿A cosechar lo que sembró?”, se preguntan hoy las Abejas, que no olvidan ni perdonan.
UNA AMENAZA QUE NUNCA SE FUE
La impunidad de Acteal no es solo histórica, es actual, presente y peligrosa. El pasado 20 de mayo, una sobreviviente de la masacre fue amenazada de muerte por un paramilitar que confesó haber participado en los hechos y fue liberado en 2010 por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que alegó irregularidades en el debido proceso. La amenaza se suma a una larga cadena de intimidaciones que buscan silenciar a quienes, como Las Abejas, insisten en que la justicia no ha sido servida.
Para la comunidad, esta amenaza no es un hecho aislado, sino la consecuencia directa de una justicia que ha sido negada sistemáticamente. “Responsabilizamos directamente al Estado mexicano y a este paramilitar por cualquier daño que sufra nuestra compañera y su familia”, afirman en un comunicado reciente. La amenaza también pone de relieve que el paramilitarismo no ha desaparecido. Por el contrario, ha mutado y se ha consolidado en nuevas formas de crimen organizado.
DE PARAMILITARES A SICARIOS: LA CONTINUIDAD DE LA VIOLENCIA
A diferencia de 1997, hoy los actores armados no solo buscan desplazar a comunidades por razones políticas. Lo hacen también por el control del territorio, del narcotráfico y del poder. Las Abejas advierten que el clima de violencia actual es incluso más peligroso que en los años de la masacre. “Los paramilitares se convirtieron en sicarios. Hay más drogas, más alcohol. En algunas comunidades, las canchas se han transformado en refugios para hombres armados”.
Los campamentos militares, de la Guardia Nacional y de la policía no han traído paz. Por el contrario, muchas comunidades perciben señales claras de colusión entre las fuerzas de seguridad y los grupos criminales. El caso más reciente, la detención arbitraria de dos bases de apoyo del EZLN en San Pedro Cotzilnam, el 24 de abril de este año. Según testimonios locales, las fuerzas de seguridad no solo realizaron detenciones sin órdenes judiciales, sino que además robaron vehículos, dinero en efectivo y pertenencias personales. Los ecos de 1997 resuenan con fuerza.
Durante los gobiernos priistas, los paramilitares y la policía estatal saquearon casas y tiendas de simpatizantes del EZLN y de miembros de Las Abejas. Hoy, con el Gobierno de Morena, no solo continúa la criminalización de la protesta, sino que se repite el patrón de represión y saqueo. La detención de los zapatistas en abril es prueba de ello.
Lejos de garantizar el Estado de derecho, las Fuerzas de Reacción Inmediata Pakal actúan como grupos paramilitares, acusan Las Abejas. “Sus operativos fueron un espectáculo. Los sicarios se escondieron, y ahora caminan a plena luz del día, sin consecuencias. Estamos viviendo una violenta normalidad disfrazada de paz”.
Pese al dolor, Las Abejas no pierden la esperanza ni la fe. Su resistencia está alimentada por una espiritualidad profunda que ve en la historia de sus mártires una semilla viva. “El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla… pero mientras dormían, vino su enemigo y sembró cizaña”, recuerdan, citando el Evangelio según San Mateo. “Dejen que crezcan juntos —dice el texto sagrado—, que en el tiempo de la cosecha se separará el trigo de la cizaña”.
Las Abejas creen que la cosecha llegará, tarde o temprano.
Esa cosecha no solo es espiritual. También es política y legal. Por eso exigen a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que emita ya el informe de fondo sobre el Caso 12.790: Manuel Santiz Culebra y otros, nombre oficial del expediente que mantiene viva la esperanza de justicia internacional para las víctimas de Acteal.
UN GRITO DESDE CHIAPAS A GAZA
La solidaridad de Las Abejas traspasa fronteras. Desde las montañas de Chiapas, el pueblo tsotsil une su dolor con el del pueblo palestino. En su comunicado más reciente, condenan el genocidio en Gaza y la complicidad de muchos gobiernos que, en lugar de frenar la masacre, la justifican. Denuncian los bombardeos, los desplazamientos forzados, el hambre utilizada como arma.
Por ello, exigen a la presidenta Claudia Sheinbaum que considere romper relaciones diplomáticas con Israel hasta que se detenga la ofensiva militar y se permita la entrada de ayuda humanitaria. En su voz, la justicia no tiene fronteras: “¡Unamos nuestra voz, a las voces que gritan la urgencia de parar el genocidio en Gaza!”
En un país donde la justicia es selectiva, y la violencia se normaliza, la voz de Las Abejas de Acteal resuena como una advertencia y una esperanza. Han resistido más de dos décadas de impunidad, amenazas, desplazamiento y criminalización. Pero no se han rendido. En cada temporada de siembra, junto a la milpa, plantan también la palabra: la historia de sus mártires, la exigencia de justicia, la esperanza de que la cosecha no tardará eternamente.
“Mientras haya memoria, habrá resistencia”, repiten. Y en los surcos de Acteal, bajo el cielo de Chiapas, esa memoria sigue germinando.