La jornada dejó entrever también el cansancio de una sociedad que vive día a día el miedo de salir a la calle
ARGENIS ESQUIPULAS/PORTAVOZ
Bajo un sol abrasador y con el corazón lleno de fe, más de 100 personas, entre fieles católicos, ciudadanos, migrantes y defensores de derechos humanos, recorrieron en silencio las principales calles de Tapachula para exigir un alto a la violencia que golpea a la región. La caminata, nombrada “Procesión por la paz”.
“Peregrinos de Esperanza”, fue una manifestación espiritual y social que dejó claro un mensaje: la paz no es solo una plegaria, sino una exigencia urgente.
Vestidos de blanco, algunos portando rosarios, velas encendidas, imágenes religiosas o pancartas con mensajes de justicia, los peregrinos partieron desde el corazón del centro de la ciudad hasta el Parque Bicentenario. Lo hicieron en silencio, algunos en oración, otros simplemente caminando con el rostro firme, cargando en sus pasos la esperanza de que las autoridades escuchen lo que las cifras no dicen, pero la cotidianidad grita: Tapachula y muchas regiones de Chiapas se sienten sitiadas por el miedo.
La procesión fue convocada por la Diócesis de Tapachula, respaldada por parroquias locales y organizaciones laicas que han acompañado el creciente hartazgo social ante la inseguridad. El sacerdote Santiago Lorenzana Ocaña, uno de los principales voceros de la jornada, ofreció un mensaje de aliento, pero también de realismo:
“Chiapas ha vivido momentos muy difíciles en materia de seguridad, pero los hechos violentos han ido disminuyendo. Vamos a seguir orando para que la situación siga mejorando. No podemos resignarnos al horror, debemos ser artesanos de la paz en cada espacio donde convivimos y evitar todo tipo de conflictos que no llevan a nada”.
Durante el recorrido, los manifestantes portaron imágenes del fallecido padre Marcelo Pérez, asesinado en octubre del año pasado en San Cristóbal de Las Casas, recordado por su lucha por los derechos de los pueblos originarios y campesinos. También se vieron pancartas con el rostro del santo Óscar Arnulfo Romero, arzobispo salvadoreño y mártir de la Iglesia católica, asesinado en 1980 mientras celebraba misa, y símbolo internacional de la lucha por los derechos humanos.
El contingente fue acompañado también por migrantes, muchos de ellos haitianos, quienes expresaron en voz baja sus plegarias por un entorno más humano. Una mujer migrante, quien prefirió el anonimato, dijo:
“Venimos a esta marcha procesión, yo quiero paz, la necesitamos, para que cada pueblo viva bien”.
Otra integrante de la comunidad, visiblemente conmovida, expresó:
“Queremos que la esperanza llegue a la ciudad y pedirles a las autoridades que hagan lo que esté en sus manos para que llegue la seguridad”.
TAPACHULA: CIUDAD HERIDA
El contexto no deja lugar a dudas. La creciente ola de violencia en Tapachula ha encendido las alarmas. Apenas el pasado 21 de junio, una mujer fue encontrada torturada en un basurero, al día siguiente, un hombre fue asesinado a balazos frente a su casa. Las balaceras ya no son noticia aislada: son parte del paisaje sonoro nocturno en el centro y colonias aledañas.
“La situación está desbordada. Hay zonas que parecen tierra de nadie. La gente ya no quiere salir de noche, y los jóvenes se nos están perdiendo entre el miedo y el crimen organizado”, comentó Anita Mendoza Cruz, habitante e integrante activa de la Diócesis local.
Anita, desde su comunidad en la costa, describió lo que ocurre como una guerra silenciosa:
“La Sierra y algunos municipios de la Costa, como donde yo vivo, hemos sufrido la violencia derivada de la disputa territorial entre el crimen organizado. Sin embargo, también estamos atentos, los unos a los otros, de manera solidaria, haciendo la cruz menos pesada”.
NUEVO OBISPO, NUEVAS ESPERANZAS
En medio de este panorama, el viernes 27 de junio, asumió su misión pastoral el nuevo Obispo de Tapachula, monseñor Luis Manuel López Alfaro, en una ceremonia celebrada en el Seminario Menor, en presencia del gobernador de Chiapas, Eduardo Ramírez Aguilar, así como de altos funcionarios del sistema judicial y de seguridad estatal.
Designado por el papa Francisco en abril de este año, antes de su fallecimiento, el obispo López Alfaro utilizó sus primeras palabras públicas para reconocer el dolor del pueblo chiapaneco:
“Sepan que queremos construir la paz con dignidad, con justicia y con libertad. No somos enemigos, ni tenemos partidos ni colores, somos hermanos y nos duele cuando el pueblo sufre”.
Su discurso, alejado de los protocolos institucionales, hizo eco entre los asistentes. Fue un llamado abierto a la acción comunitaria, a no dejar en manos exclusivas de las autoridades una tarea que es también espiritual, colectiva y urgente.
MÁS ALLÁ DE LA MARCHA
La movilización concluyó con una emotiva homilía en la que los participantes elevaron oraciones por la fe, esperanza, solidaridad, reconciliación y paz de Chiapas. Más allá del acto simbólico, lo que quedó fue un clamor compartido: la paz no llegará sin justicia, sin verdad, sin compromiso.
La jornada dejó entrever también el cansancio de una sociedad que, pese a las cifras optimistas que enarbolan los gobiernos estatal y federal, vive día a día el miedo de salir a la calle, de perder a un ser querido, de vivir en zonas donde la autoridad está ausente y el crimen manda.
Para los asistentes, la fe no es una escapatoria, sino una herramienta de resistencia. La “Procesión por la Paz” fue también un acto de memoria por quienes han caído, como el padre Marcelo Pérez; un reclamo por quienes aún viven, pero lo hacen bajo el yugo del silencio.
El evento también subrayó el rol activo que está asumiendo la Iglesia católica en el sur de México, en un momento en que los templos se convierten en refugios, las parroquias en redes de ayuda humanitaria y los obispos en mediadores entre el dolor y el olvido.
EPÍLOGO SIN CIERRE
Chiapas, una tierra que ha sido cuna de movimientos sociales, de resistencia indígena y de luchas por la dignidad, se encuentra nuevamente en una encrucijada. Las rutas migrantes, corrupción e indiferencia institucional convergen en un mismo espacio geográfico que sigue siendo de los más ricos en cultura y recursos… y de los más olvidados.
La “Procesión por la Paz” fue eso: una expresión de fe, pero también de cansancio. Una esperanza encendida, pero también una advertencia.
“No somos enemigos”, dijo monseñor López Alfaro, “nos duele cuando el pueblo sufre”.
Y mientras la procesión terminaba en oración, muchos sabían que esa caminata apenas es el principio de un camino mucho más largo, en el que aún hay mucho por andar. Porque la paz, en Chiapas, no es una idea abstracta: es una necesidad de vida o muerte. Y porque, como apuntó una voz anónima entre la multitud:
“Queremos vivir sin miedo. Ya es hora”.