Es fundamental que se establezcan mecanismos de regulación y supervisión efectivos
ARGENIS ESQUIPULAS/PORTAVOZ
La crisis migratoria en Chiapas sigue intensificándose, revelando condiciones alarmantes de explotación y violencia que afectan tanto a los migrantes como a los habitantes locales. Según una alerta del Centro de Derechos Humanos Fray Matías de Córdoba A.C., lo que el Gobierno federal llama “migración laboral” en realidad se traduce en situaciones de trabajo precarias y abusivas. Estas denuncias, según el director del organismo, Enrique Vidal, no solo exponen las condiciones deplorables de trabajo para los migrantes, sino también los intereses económicos y criminales que lucran con esta mano de obra vulnerable.
En una reciente entrevista con el Diario del Sur, Vidal enfatizó que la explotación laboral a la que son sometidos los migrantes en Chiapas es una práctica extendida y ligada a la economía informal y criminal en la región. Afirmó que esta situación afecta tanto a los migrantes como a los chiapanecos, quienes enfrentan condiciones similares en una zona en la que la pobreza y la falta de oportunidades también los obligan a tomar empleos riesgosos y mal remunerados.
Desde 2018, la entidad ha experimentado un aumento en la violencia, lo que ha afectado gravemente la capacidad de respuesta de las organizaciones civiles. Estas organizaciones, que tradicionalmente brindan ayuda humanitaria a las personas en tránsito, han visto su labor obstaculizada por la inseguridad, que se ha vuelto un desafío constante en la región.
Vidal también criticó las políticas migratorias de México, describiéndolas como impregnadas de racismo y violencia estructural. “No se considera a las personas empobrecidas que huyen de sus países, y cuando se hace, es para someterlas a trabajos de alto riesgo y mal remunerados”, subrayó Vidal. Según el director de Fray Matías de Córdoba, la gestión migratoria en el país se centra más en contener a los migrantes que en protegerlos, lo cual genera un círculo de vulnerabilidad y abuso.
Recientemente, más de 700 migrantes salieron de Tapachula en una tercera caravana migrante rumbo al norte. A su llegada a Pijijiapan, compartieron que, pese al cansancio extremo, están determinados a continuar su camino hacia la frontera norte de México en un plazo de cinco días. Protección Civil se ha limitado a proporcionarles agua y sueros a quienes enfrentan largas caminatas, muchos de ellos acompañados de niños pequeños, quienes se exponen a condiciones insalubres y peligrosas durante su trayecto.
Este grupo de migrantes no solo enfrenta la dureza del clima y la fatiga; al avanzar hacia el norte, los riesgos mortales aumentan. Las organizaciones humanitarias han advertido que esta travesía se vuelve cada vez más peligrosa, especialmente en los pasos fronterizos de Tamaulipas y Sonora, áreas conocidas por los altos índices de desapariciones. La organización Voces Mesoamericanas ha documentado la desaparición de al menos 60 personas originarias de Chiapas, mientras que datos de 2020 indican que unas 17 mil personas abandonaron el estado, con la mayoría de ellas intentando llegar a Estados Unidos.
Vidal, en su intervención, hizo un llamado urgente a los gobiernos federal, estatal y municipal para que reconozcan la violencia generalizada en el estado de Chiapas y tomen medidas efectivas para enfrentar esta problemática. “Si no se reconoce el problema, no se encontrarán soluciones efectivas”, advirtió. Su llamado no solo es a favor de los migrantes que buscan un futuro mejor, sino también para las familias chiapanecas que enfrentan la desaparición de sus seres queridos en rutas migratorias peligrosas.
La situación exige que se implementen políticas migratorias que no solo reconozcan la condición de vulnerabilidad de estas personas, sino que también garanticen su derecho a trabajar en condiciones dignas y seguras. La comunidad internacional observa cómo México se convierte en una zona crítica para el tránsito de miles de personas que buscan escapar de la violencia y la pobreza en sus países de origen.
La crisis migratoria en Chiapas evidencia la necesidad urgente de un enfoque humanitario y de justicia social para una población que, lejos de encontrar refugio, enfrenta explotación y violencia. Mientras el estado mantenga políticas migratorias de contención, la seguridad de los migrantes seguirá siendo una promesa incumplida.
La ciudad de Tapachula, ubicada en la frontera sur de México, ha sido durante décadas un paso clave para miles de migrantes centroamericanos que buscan llegar a Estados Unidos. Sin embargo, para muchos de ellos, el sueño de una vida mejor se convierte en una pesadilla de explotación laboral. Empujados por la falta de oportunidades y atrapados en un limbo migratorio, estos migrantes se ven obligados a aceptar condiciones laborales inhumanas que vulneran sus derechos y los exponen a abusos físicos, psicológicos y económicos.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Migración (INM), tan solo en 2023, México recibió más de 450 mil solicitudes de asilo, una cifra récord impulsada principalmente por personas provenientes de Honduras, El Salvador, Guatemala, Venezuela y Haití. La mayoría de estos solicitantes llega a Tapachula, una ciudad que, pese a su tamaño y recursos limitados, se ha convertido en un centro de retención de migrantes, quienes deben esperar semanas, e incluso meses para recibir una resolución sobre su situación migratoria.
Esta demora en la obtención de permisos de trabajo y regularización migratoria ha forzado a los migrantes a aceptar empleos en condiciones precarias, a menudo sin derechos laborales, seguridad ni salarios justos. Empresas agrícolas, constructoras, de servicios y hasta el sector doméstico se han beneficiado de esta mano de obra barata y desprotegida, explotando su situación de vulnerabilidad.
En entrevistas con migrantes que trabajan en plantaciones de café y banano en Chiapas, algunos han descrito jornadas de hasta 12 horas diarias, en condiciones insalubres y bajo el riesgo constante de ser denunciados o deportados si intentan exigir sus derechos. Un trabajador hondureño, quien prefirió permanecer anónimo por miedo a represalias, compartió que, pese a su arduo trabajo, solo recibe 100 pesos diarios (aproximadamente cinco dólares), una cifra que apenas le alcanza para cubrir alimentos básicos.
“Nos dicen que estamos aquí como invitados y que debemos agradecer cualquier trabajo que nos den”, cuenta. Esta explotación es impulsada en parte por la desesperación de los migrantes, quienes necesitan ingresos para sobrevivir mientras esperan sus permisos, y también por la impunidad con la que operan ciertos empleadores.
El caso de las mujeres migrantes es particularmente alarmante. Varias ONG, como el Centro de Derechos Humanos Fray Matías de Córdova, denuncian que muchas mujeres enfrentan abusos sexuales y acoso por parte de sus empleadores. Además, muchas de ellas son madres solteras que deben cargar con el cuidado de sus hijos en condiciones de extrema precariedad, sin acceso a servicios de salud ni guarderías para sus hijos.
Por otro lado, la presencia de menores trabajando en el campo y en mercados locales se ha vuelto común. Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), estos niños y adolescentes son especialmente vulnerables, dado que carecen de protección y son objeto de explotación tanto en términos de salarios como de derechos básicos. A menudo, los menores son obligados a realizar tareas pesadas para contribuir al sustento de sus familias, quedando expuestos a riesgos físicos y siendo privados de su derecho a la educación.
Las organizaciones de derechos humanos y diversos informes señalan la falta de acción por parte de las autoridades locales y federales, quienes, lejos de proteger a los migrantes de la explotación, implementan políticas de contención y deportación. A través de redadas y operativos del INM y la Guardia Nacional, el Gobierno mexicano responde a las presiones de Estados Unidos para frenar el flujo migratorio. Sin embargo, estas acciones han dejado a los migrantes en una situación de doble vulnerabilidad, atrapados en un territorio donde sus derechos laborales y humanos son ignorados.
En una reciente declaración, el director del Centro de Dignificación Humana, Luis García Villagrán, destacó que “el Gobierno está permitiendo una esclavitud moderna en el sur de México, donde los migrantes son mano de obra barata y reemplazable”. Según Villagrán, el INM y la Secretaría del Trabajo y Previsión Social deberían realizar inspecciones constantes para asegurar condiciones laborales dignas, algo que hasta ahora no ocurre.
La explotación laboral de migrantes en Tapachula no solo afecta a los trabajadores, sino que tiene consecuencias a largo plazo para la región y el país. La falta de protección y derechos laborales perpetúa un ciclo de pobreza y marginalización, mientras que la falta de oportunidades fomenta un ambiente donde los migrantes son vistos como recursos desechables.
En paralelo, la deshumanización y los abusos crean una atmósfera de resentimiento e injusticia, dañando el tejido social y generando tensiones entre la población local y los migrantes. Esta situación, sumada a los escasos recursos que el estado puede destinar a atender las necesidades de esta población, ha comenzado a generar un clima de xenofobia y rechazo hacia los migrantes.
La situación exige una respuesta integral que implique tanto al Gobierno mexicano como a la comunidad internacional. Organizaciones como la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ONU-DH) han hecho llamados al Gobierno para que implemente políticas que garanticen condiciones laborales dignas y frenen los abusos.
Para que la explotación laboral de migrantes en Tapachula termine, es fundamental que se establezcan mecanismos de regulación y supervisión efectivos, que protejan a los trabajadores y sancionen a quienes los exploten. Además, se requiere una reforma migratoria que agilice los procesos de regularización para que los migrantes puedan acceder a trabajos formales y mejor remunerados.
Una mujer guatemalteca, quien también solicitó anonimato, narró entre lágrimas cómo, tras un viaje lleno de riesgos y sacrificios, ella y su hija terminaron trabajando en un taller textil donde ambas enfrentan condiciones extenuantes. “Hemos llegado a pensar en volver, pero no tenemos nada en Guatemala. Estamos aquí, esperando que algún día las cosas mejoren”, declaró.
La explotación laboral de migrantes en el sur de México representa una crisis humanitaria que requiere la atención y acción urgente de las autoridades y la sociedad en general. Solo con medidas efectivas y una voluntad genuina de proteger los derechos de todos los trabajadores, México podrá hacer honor a su compromiso con los derechos humanos y brindar un trato digno a quienes buscan un mejor futuro en su territorio.