Especialistas llaman a identificar señales de alerta para prevenir tragedias entre adolescentes
CARLOS RUIZ/PORTAVOZ
FOFO: ALEJANDRO LÓPEZ
En una semana, cuatro jóvenes entre 16 y 24 años pusieron fin a su vida en Tuxtla Gutiérrez. El dato, más allá de su crudeza, confirmó una tendencia alarmante: el suicidio entre adolescentes y adultos jóvenes no solo persiste, sino que se agudiza en la capital chiapaneca. Las cifras ya rebasan el promedio habitual de dos a tres casos mensuales y exponen un panorama en el que la salud mental sigue relegada.
Aunque cada caso tiene una historia distinta, el patrón es inquietante: traumas no atendidos, presiones familiares, frustración académica, aislamiento emocional y, sobre todo, la ausencia de apoyo oportuno. Para quienes están al frente de estas emergencias, como la Cruz Roja Mexicana, no hay duda de que se trata de una urgencia de salud pública que no puede ser tratada como algo excepcional.
Especialistas en psicología insistieron en que las señales suelen estar presentes, pero el entorno familiar o escolar no las reconoce a tiempo. La dificultad para hablar de depresión, ansiedad o estrés sigue rodeada de estigmas, lo que impide que los jóvenes busquen ayuda sin temor a ser señalados. En ese silencio impuesto por la cultura o por el miedo, se gestan tragedias evitables.
A esto se suma la falta de una política pública sólida para atender el problema desde múltiples frentes. La psicología en el sistema educativo sigue siendo escasa o nula, y el acceso a consultas mentales especializadas es aún un privilegio para muchas familias. Mientras no se aborde la salud emocional como un derecho y no como un lujo, los números no cambiarán.
Chiapas ocupa el lugar número 13 en suicidios a nivel nacional, pero más allá de su posición en el ranking, la verdadera alerta está en el número de vidas que se pierden en silencio, en casa, lejos de los reflectores y con la esperanza de haber sido escuchados. La estadística crece, pero el compromiso institucional aún parece estancado.