Vestigios de estructuras, fragmentos cerámicos y patrones de asentamiento sugieren una ocupación prolongada entre los siglos XVI y XVIII
Argenis Esquipulas/PORTAVOZ
En el corazón de la Selva Lacandona, bajo un dosel impenetrable de ceibas centenarias, helechos gigantes y cantos lejanos de monos saraguatos, yace un sitio que durante siglos fue solo un nombre en las crónicas coloniales: Sak-Bahlán, “la tierra del jaguar blanco”.
Abandonada en 1721 y tragada por el verdor infinito de la selva, su existencia fue reducida a relatos coloniales, vestigios etnográficos y una intensa nostalgia histórica. Hasta ahora.
A más de tres siglos de su desaparición del mapa, un equipo internacional de arqueólogos ha anunciado el hallazgo de lo que consideran con alta probabilidad ser los restos de Sak-Bahlán, la última capital de los lacandones-ch’olti’es, los últimos mayas rebeldes de Chiapas, que resistieron con fiereza y orgullo la avanzada colonial durante más de un siglo.
El hallazgo es fruto del Proyecto Arqueológico Sak-Bahlán, codirigido por los doctores Brent Woodfill (Universidad de Winthrop, Estados Unidos) y Yuko Shiratori (Universidad Rissho, Japón), con la guía crucial del arqueólogo mexicano Josuhé Lozada Toledo, investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), quien fue responsable de aplicar tecnología geoespacial avanzada para hacer posible la localización del mítico sitio.
“ESTE LIBRO TRATA DE UN ETNOCIDIO”: EL LEGADO DE JAN DE VOS
Hablar de Sak-Bahlán es evocar inevitablemente al historiador belga-mexicano Jan de Vos, cuyas obras, entre ellas La paz de Dios y del rey (1988), siguen siendo referencia ineludible para entender la historia del sometimiento maya en Chiapas. De Vos no titubeaba al describir el proceso colonial como un etnocidio, una aniquilación sistemática de la cultura, organización política y espiritualidad de los pueblos mayas rebeldes.
Fue precisamente en 1695 cuando el fraile Pedro de la Concepción divisó por primera vez Sak-Bahlán, que sería sometida poco después y rebautizada como Nuestra Señora de los Dolores. Ese mismo año, el control español marcó el inicio del fin de la independencia lacandona, aunque su verdadero abandono ocurrió en 1721. Desde entonces, la ciudad fue tragada por la selva, convirtiéndose en un espectro que acechaba la memoria colectiva y las páginas de los cronistas.
Incluso el propio Jan de Vos, en una expedición en 1999 organizada por Conservación Internacional, participó en una búsqueda que resultó infructuosa. Sak-Bahlán, como si de un espíritu errante se tratase, seguía siendo inubicable.
UNA BRÚJULA DIGITAL PARA UN ENIGMA COLONIAL
La clave del redescubrimiento fue la tecnología. Usando Sistemas de Información Geográfica (SIG) y el software ArcGIS Pro, Josuhé Lozada desarrolló un modelo predictivo que combinó capas de información histórica, geográfica y ambiental para afinar la posible ubicación de la ciudad.
“El punto de partida fue una carta de fray Diego de Rivas escrita en 1698”, explicó Lozada. En ella se describe un trayecto desde Sak-Bahlán hasta el río Lacantún, que el fraile y una tropa recorrieron a pie durante cuatro días. Luego navegaron dos días hasta El Encuentro de Cristo, donde el río Lacantún se une al río Pasión, para continuar su camino hasta Petén Itzá, en Guatemala.
Tomando como base estos puntos históricos georreferenciados, Lozada calculó distancias probables y velocidades de desplazamiento, considerando variables como la altitud, la vegetación, la presencia de cuerpos de agua y el peso promedio del cargamento por persona. “Esa conjunción de datos me permitió delimitar un rango en el que Sak-Bahlán podía estar. Y acertamos”, afirmó con la emoción contenida de quien ha mirado a los ojos de la historia.
LA CIUDAD PERDIDA COBRA FORMA
La ciudad fue inscrita oficialmente en el Registro Público de Monumentos y Zonas Arqueológicos e Históricos bajo el nombre de “Sol y paraíso. Probablemente Sak-Bahlán”, como medida precautoria mientras se confirman más evidencias arqueológicas. El sitio se encuentra en una zona remota cercana a los ríos Jataté e Ixcán, dentro de la Reserva de la Biosfera Montes Azules, una de las regiones más biodiversas —y también más inaccesibles— de México.
En el terreno, el hallazgo no fue menos épico. Acompañados por los arqueólogos Rubén Núñez Ocampo y Socorro del Pilar Jiménez Álvarez, la expedición —financiada por Discovery Channel para su documental Discovering the Hidden Mayan City: Sac Balam— se enfrentó a condiciones extremas, propias de una travesía del siglo XIX, aunque con la ventaja del Internet satelital.
“Ha sido el recorrido de campo más pesado que he tenido en mi vida”, confesó Lozada. “Pero finalmente encontramos la evidencia arqueológica justo donde el modelo lo había indicado”. Vestigios de estructuras, fragmentos cerámicos y patrones de asentamiento sugieren una ocupación prolongada entre los siglos XVI y XVIII.
UNA INDEPENDENCIA DE 110 AÑOS
El hallazgo es aún más significativo si se considera que Sak-Bahlán fue la capital de un grupo que logró mantener su independencia durante 110 años después de la caída de Lacam-Tún, la antigua “Gran Peñón”, tomada por los españoles en 1586.
Durante más de un siglo, los lacandones-ch’olti’es resistieron en las profundidades de la selva, atacando poblados cristianos, defendiendo sus costumbres y evitando el contacto con los poderes coloniales. Su existencia se convirtió en un desafío permanente al dominio español, un recordatorio de que no todo el mundo maya había sido conquistado.
Las fuentes coloniales, como las cartas de fray Diego de Rivas, describen a los habitantes de Sak-Bahlán como “enemigos recalcitrantes del cristianismo”, capaces de resistir incluso cuando los conquistadores ya creían que todo el sur de Mesoamérica estaba pacificado.
La historia tiene tintes trágicos. En 1769, más de medio siglo después del abandono de Sak-Bahlán, el alcalde mayor de Suchitepéquez, en Guatemala, encontró en un barrio marginal de Santa Catarina Retalhuleu a los últimos tres sobrevivientes de la tribu lacandona, quienes vivían aislados, portando aún recuerdos del linaje que alguna vez enfrentó a los reyes de España.
Hoy, sin embargo, Sak-Bahlán vuelve a figurar en el mapa. Más que un hallazgo arqueológico, es una restitución simbólica. Es el regreso de una historia que parecía sepultada y que, gracias a la combinación de crónica, ciencia y terquedad investigadora, se ha negado a desaparecer por completo.
La labor del equipo liderado por Lozada, Woodfill y Shiratori no termina aquí. Hasta ahora, han realizado dos temporadas de campo, centradas en el mapeo y los pozos de sondeo, pero se avecinan etapas más profundas de excavación y conservación. Cada metro de tierra removida podría revelar pistas sobre la organización social, política y espiritual de los lacandones-ch’olti’es.
El redescubrimiento de Sak-Bahlán plantea preguntas más allá de lo arqueológico. ¿Qué significa desenterrar una ciudad que fue símbolo de resistencia? ¿Cómo integrar este hallazgo en un país donde los pueblos indígenas aún enfrentan marginación y despojo?
Sak-Bahlán no es solo una ciudad perdida. Es un recordatorio de una historia de resistencia, exterminio y supervivencia. Como bien señaló Jan de Vos, “este libro trata de un etnocidio”.
Pero quizás hoy, con cada piedra desenterrada, cada vasija recuperada y cada texto revisado, se está escribiendo una historia de restitución.
Una historia donde los últimos mayas rebeldes de Chiapas no desaparecen entre la maleza, sino que vuelven a ocupar un lugar central en la memoria histórica de México y Mesoamérica.