Manuel Velázquez
Las universidades y en especial las facultades de arte están en crisis. No solo las locales, sino, casi todas. Estudiar una carrera artística universitaria no te garantiza desarrollar con calidad una técnica, aprender a elaborar conceptos, ingresar a un mercado (ni siquiera aprender a ponerle precio a tu obra), desarrollar correctamente una investigación, conocer de historia del arte, teorías artísticas y arte contemporáneo con profundidad. En fin, recibir los conocimientos adecuados para ser un artista profesional y vivir de tu trabajo.
Un artista puede o no formarse en la academia. Lo que define a un artista no depende necesariamente de sus grados académicos. Entonces, ¿por qué y para qué estudiar artes en la universidad? ¿Vale la pena en una era donde el conocimiento se puede encontrar fácilmente y actualizado en Internet? A pesar de todos los pesares, yo diría que sí. Sobre todo, porque en la universidad encontrarás un espacio donde conocer a otros jóvenes con las mismas inquietudes, problemas, certezas y esperanzas. Si tienes suerte, uno que otro profesor/a que te motive y te dé algunas pistas para tu desarrollo profesional. También será importante como un referente para encontrar talleres fuera de la universidad que complementen tu formación y, sobre todo, empezar a tejer una red de relaciones profesionales.
Yo sé que lo anterior es colocar en el estudiante una gran responsabilidad, es pedirle que sepa despejar su camino, que sepa discernir entre sus intereses y lo que necesita fortalecer, que tenga disciplina, perseverancia y desarrolle un plan a futuro. No veo de otra. Pocos lo lograrán. Las estadísticas son contundentes: uno de cada 100. Pero no podemos esperar a que las universidades hagan su trabajo. Están demasiado ensimismadas en cumplir con los estándares académicos (equivocados) que les marcan, como para ver la realidad. Una endogamia que busca papeles y más papeles que evaluar. A cuántas juntas asiste, cuántos tutorados atiende, cuántos cursos (inútiles casi todos) asiste, qué grado académico tiene (muchos doctores que no ponen un pie en una galería o museo,y no desarrollan investigación ni producen obra, pero tienen un grado académico).
Hoy en día estudiar un posgrado es una orden incuestionada, nos dicen cómo son las cosas, qué es posible y qué es imposible, qué podemos hacer y qué no podemos hacer. Como señala Daniela Ledesma, Barcelona (El País): “Hay una juventud enojada que reclama lo que se les prometió. Ellos han cumplido su parte: estudiaron, practicaron, se esforzaron, pero no recibieron su gran premio ni su trabajo de ensueño. La juventud está enojada, pero sin saber a quién culpar, se miran a sí mismos en el espejo y encuentran el problema en ellos. Tal vez escogieron la carrera incorrecta, el camino incorrecto. ¿Será que nacieron en el continente incorrecto?, en un mundo capitalista, donde la meritocracia es una religión, Dios es un hombre blanco de clase alta, y no es una coincidencia que estos mismos sean los creyentes más devotos del mito de la meritocracia. Una sociedad marcada por un mito que se debe dejar de contar y, asimismo, empezar a cambiar. Pero en una sociedad donde no se ve la necesidad de un cambio, ¿cómo se puede crear uno?”.